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Entrar a la desprestigiada labor legislativa en este período complementario era un riesgo. Por un lado, una curul en el Parlamento le aseguraba a los políticos exposición y una cuota de poder. Por el otro, los exponía al escrutinio público y al de la prensa. Esta era la disyuntiva a la que se enfrentaban los partidos políticos para decidir si es que participaban o no de las elecciones parlamentarias extraordinarias en el año previo a las elecciones presidenciales.
Parece un pasado lejano, pero hasta hace algunos meses Acción Popular participaba de la carrera legislativa con un capital político envidiable: tenía una marca conocida, un gran número de gobiernos subnacionales y, lo más importante, estaba lejos del escándalo de corrupción que había manchado a casi toda la clase política nacional, el Caso Lava Jato. Hoy, más de medio año después, marcado por un intento de vacancia presidencial y la constante fragmentación de su bancada, además del desgaste de la gestión de Jorge Muñoz en la alcaldía de Lima, vale la pena preguntarse si entrar al Congreso y dirigir la mesa directiva fue la decisión correcta con miras a las elecciones generales del 2021.
Un ejemplo antagónico es lo que ha ocurrido con Fuerza Popular. El partido fujimorista llegó a las elecciones parlamentarias sumamente desgastado por los procesos judiciales de su lideresa. Además, entraban al Congreso con la etiqueta de ‘malo de la película’ tatuada en la frente, tras el desastroso rol que cumplió su bancada en el Parlamento disuelto. Sin embargo, su participación en este período legislativo les ha sido, hasta el momento, beneficiosa. Han cedido el protagonismo a otras bancadas que han demostrado que el fujimorismo no es la raíz de todos los males nacionales, sino que el problema de la democracia representativa peruana es bastante más profundo y trasversal a todo nuestro sistema político. Incluso han sido muchas veces la voz de la razón al costado de posiciones radicales como las de UPP o Podemos Perú. No creo que esto haga que recuperen la confianza de todos los electores que se alejaron de ellos en el último quinquenio, pero sí diría que debería bastarles para que cierto sector de la derecha vuelva a mirarlos con ojos favorables.
Pero si el negocio de la política parlamentaria ha sido rentable para una agrupación, esta ha sido el Partido Morado. Casi toda su bancada ha sido consistente en defender posiciones liberales y progresistas, en línea con el perfil de su electorado. Si en las elecciones complementarias muchos votaban por los morados sin convicción –en buena parte debido a la chamuscada figura de su líder Julio Guzmán–, hoy han ganado un respaldo significativamente más firme por parte de un sector de la ciudadanía que se siente representado por las posturas de centro del Partido Morado. Además de tener un comportamiento consistente, han sabido diferenciarse de la competencia. Casi todas las barrabasadas que ha aprobado este Parlamento han contado con los votos de ocho bancadas, pero no los de la mayoría de la bancada morada.
Un ejemplo reciente es la aprobación –con exoneración de segunda votación– de la ley para reponer a 14.000 docentes que no habían cumplido con los requisitos para continuar en la carrera pública magisterial en el 2014. Un despropósito de esta magnitud fue apoyado por todos los partidos del Congreso, excepto por el Partido Morado.
Puede que apoyar decisiones técnicas y ponderadas no le gane a los morados la simpatía de la mayoría del país, pero sí podría darles suficientes votos para alcanzar la segunda vuelta en una elección deslucida como la que posiblemente sea la del 2021.