"El presidente Pedro Castillo, ya con el poder bajo el brazo, en lugar de optar por construir una legitimidad amplia para sus reformas, sacrificó mucho capital político con el nombramiento de su primer Gabinete" (Ilustración: Giovanni Tazza).
"El presidente Pedro Castillo, ya con el poder bajo el brazo, en lugar de optar por construir una legitimidad amplia para sus reformas, sacrificó mucho capital político con el nombramiento de su primer Gabinete" (Ilustración: Giovanni Tazza).
Gonzalo Banda

¿Qué se reforma? Esencialmente algo que se quiere modificar con la intención de mejorarlo y mantenerlo vivo. El ánimo detrás de cualquier reforma reside en preservar aquello que se busca reformar. Por ejemplo, el historiador católico Hilaire Belloc concibió a la reforma protestante, antes que como una reforma, casi como una revuelta, porque según Belloc, detrás de las ideas de Lutero no hubo un ánimo reformista sino separatista. ha escrito un ensayo sobre las reformas o, mejor, sobre la dificultad de implementar reformas en el Perú. Dargent es un optimista dramático, solo que él no lo sabe, por eso ha publicado “El páramo reformista”, que caprichosamente subtituló como: “un ensayo pesimista sobre la posibilidad de reformar al Perú”. Pasadas las elecciones, el ensayo es un cántico a la esperanza.

Reformar es quizá de los actos más arriesgados a los que un político profesional se aventura. Lo critican por arriesgado e imprudente, los que Dargent llamó “conservadores populares” que se niegan a las reformas, como siempre lo han hecho. Olvidan lo que Chesterton dijo sobre la tradición: “es la transmisión del fuego, no la adoración de las cenizas”. Hay otros, los “libertarios criollos”, que las adecuan a sus mezquinos intereses, disfrazándolas de persecución del bien común sin que ni siquiera por momentos adviertan que en lugar de reformar lo que hacen solo profundizan los privilegios bajo los que nuestra sociedad funciona. Y, finalmente, los que defienden muchas veces sin ni siquiera entender bien qué defienden. Ellos son los “izquierdistas dogmáticos”, quienes erróneamente conciben que un cambio en la distribución del poder logrará crear instituciones sólidas y eficientes.

“Si no nos va tan mal, quietismo y cierta estabilidad, pero en el peor de los escenarios, degradación y continuidad del conflicto político”, ha escrito Dargent. Sucede que en el Perú muchas reformas se han empantanado precisamente porque algunos políticos conservadores populistas o libertarios criollos decidieron quedarse quietos. Y aquí estamos. ¿Qué creíamos que sucedería si no construíamos un Estado fuerte y al mismo tiempo flexible? El parnaso liberal no iba a generarse espontáneamente. En el Perú no solo hay un ánimo reaccionario al cambio en nuestras élites, sino que también debemos convivir con la ausencia de actores responsables que estén dispuestos a defender reformas posibles y mantenerlas.

Pero también sucede que los defensores del sistema han sido incapaces de mostrar con inteligencia el progreso ganado y han escogido mediocres políticos que ya habían fracasado como defensores de su cruzada y que, por momentos, parecían no solo no tener empatía política, sino que insistían en convertirse en guardianes del hielo que se derretía a plena luz del día. Habiendo sido esquilmado por la pandemia, nuestro país no solo mostró la trampa, sino la emboscada del ingreso medio. Nuestros ciudadanos buscaron al Estado y este los abandonó en un páramo. Los peruanos que más sufrieron con nuestra cuarentena draconiana fueron los más pobres, perdieron su trabajo y para ellos los subsidios estatales vinieron tarde y caóticamente. ¿Cómo votarían estos ciudadanos que ya lo habían perdido todo?

El presidente , ya con el poder bajo el brazo, en lugar de optar por construir una legitimidad amplia para sus reformas, sacrificó mucho capital político con el nombramiento de su primer . Para hacer reformas, como lo sostiene Dargent, necesitas coaliciones, músculos políticos y técnicos que conozcan el manejo de la cosa pública. Sucede que el presidente Castillo ha optado por construir un gobierno de partido (cosa relativamente normal en cualquier país que no haya visto diezmados a sus partidos, solo que ya nos habíamos desacostumbrado a eso), lo que difícilmente le garantiza el éxito en su cruzada reformista en nuestras condiciones. Si Castillo leyera a Dargent, se daría cuenta de que en el Perú ganar es fácil; gobernar y, más todavía gobernar para reformar con ambición, es muy difícil. Más que preocuparnos en este momento la radicalidad del gobierno, preocupa que rápidamente ingrese en un espiral de disfuncionalidad, apremiado por demandas sociales insatisfechas, con una bancada minoritaria y recibiendo “fuego cruzado”, siendo conducido a una aporía: un callejón sin salida que lo lleve a optar por un llano en llamas o por un páramo reformista.