"El anuncio del Gabinete ha sido tomado por muchos como una declaratoria de guerra del Ejecutivo, anticipando que no tendría chances de ser bien recibido por un Parlamento dominado por una mayoría opositora" (Foto: archivo twitter Presidencia Perú).
"El anuncio del Gabinete ha sido tomado por muchos como una declaratoria de guerra del Ejecutivo, anticipando que no tendría chances de ser bien recibido por un Parlamento dominado por una mayoría opositora" (Foto: archivo twitter Presidencia Perú).
Omar Awapara

Hoy se cumplen siete días desde que asumió la Presidencia de la República. Este tiempo ha estado marcado por dos hechos puntuales que han dado pie a diagnósticos apocalípticos, pero también a análisis muy sensatos (y muy críticos) sobre la situación política del país. Los primeros gestos y medidas tomadas son muy cuestionables, e incluso indefendibles en algunos casos, pero no por ello se debe renunciar a tratar de entender la transformación que está viviendo el país.

Parte del reto es ese, y recojo un comentario de Paulo Vilca en una reciente mesa de análisis en este Diario, donde destaca que el brusco recambio en el elenco político obliga también a repensar los esquemas y las categorías que utilizamos para entenderlo. Con información limitada e imperfecta, cabe añadir, viendo el partido desde fuera.

En ese sentido, resulta estéril intentar construir un perfil psicológico de los actores. Lo más recomendable es partir de una premisa básica que es común a todo político. Si están metidos en esto, es porque quieren el poder y harán lo posible por acumularlo y mantenerlo, no sin resistencia de otros actores que buscan lo mismo. Desde esa perspectiva, ¿cómo interpretar esta primera semana?

Empezó con un mensaje presidencial cargado de reivindicaciones históricas y simbólicas que desembocaron en la fórmula constituyente que ha sido la consigna de la izquierda desde hace varios años y que, ahora en el poder (o parte de él), el presidente Castillo y plantean como el objetivo principal de su gobierno. Lo segundo fue el nombramiento accidentado y tardío de un Gabinete Ministerial que refleja más bien la dificultad de llegar a ese objetivo, porque en el camino se presentan varios escollos.

El anuncio del Gabinete ha sido tomado por muchos como una declaratoria de guerra del Ejecutivo, anticipando que no tendría chances de ser bien recibido por un Parlamento dominado por una mayoría opositora. El cálculo, redituando dinámicas pasadas, sería mandar a este primer Gabinete al sacrificio para así acercarse a una disolución constitucional que le permita a Perú Libre buscar nuevas elecciones que le otorguen una correlación de fuerzas más favorables para su proyecto refundador.

Es una posibilidad, sin duda, y la crónica al respecto de Fernando Vivas parece darle sustento. Si hay un momento para hacerlo, sería este en el que Castillo está alcanzando el pico de su popularidad. Ya desde el poder, podría buscar superar el porcentaje que alcanzó en la primera vuelta y que, por su distribución territorial, le daría control del Parlamento sin necesidad de tener siquiera una mayoría de los votos. O sea, el gran proyecto autoritario de Cerrón para enquistarse en el poder.

Sin ánimos de minimizar los enormes cuestionamientos que los miembros del Gabinete han despertado, empezando por el propio Bellido, este Gabinete es también reflejo de un cambio sustantivo en la forma en que hemos sido gobernados en los últimos 30 años. Es el partido que ganó las elecciones poniendo a sus miembros (o allegados) en el gobierno. Pasó con todos los partidos que ganaron elecciones en los últimos años, solo que esta vez la base es diferente. Una estadística de Ojo Público lo dejó claro. Es la primera vez que un Gabinete está compuesto mayoritariamente por ministros nacidos fuera de Lima (y el contraste con los últimos 20 años es elocuente). El discurso de Bellido en Chumbivilcas es radical en ese sentido, como lo es tener a un exsecretario de la Fartac en Agricultura (en sus oficinas en Cusco cuelgan los retratos de Túpac Amaru, Mariátegui y Velasco).

El problema es que ese cambio se ha producido solo a nivel del Ejecutivo (y con excepciones, como el propio MEF) y hay un desequilibrio notorio entre su visión y composición, y lo que enfrenta en el Parlamento. Ya sea a propósito o no, lo cierto es que se avizora un choque fuerte, nuevamente, entre los dos poderes del Estado.