El fútbol mata y no en un sentido figurado, sino literal y hasta político. El estrés generado por el Mundial ha causado algunos infartos fulminantes entre los aficionados; y de taquito ya los politólogos vaticinan que el 7-1 del Alemania-Brasil podría costarle la reelección a la trotskista Dilma Rousseff.
La ex terrorista recibió un sinnúmero de insultos ese día; y la derrota hizo que explotara la tensión social generada por el inmenso gasto público por el Mundial, las denuncias de corrupción y sobrevaloraciones, en un país que clama por mejoras en los sistemas de salud y educación. ¿Muerte política? Quizás. Lo que sí se ha constatado es la muerte por la estresante pelota.
Desde 1998 diversas investigaciones demuestran el aumento de ataques cardíacos entre los hinchas, durante partidos importantes: clásicos, Eurocopa, mundiales.
En días recientes un brasileño de 69 años murió en Belo Horizonte durante el duelo Brasil-Chile, en los octavos de final. En China el Mundial se ha cobrado la vida de tres que se pasaron varias noches sin dormir viendo los partidos (por las 11 horas de diferencia entre ambos países). Y en Argentina, en Santiago del Estero, a Eric Tench, un joven de 16 años, le falló el corazón cuando vivaba la atajada de Sergio Romero del primer penal holandés. El chico veía el partido en una pantalla gigante junto a una multitud en un parque de su ciudad.
La tensión, la emoción, la indignación, la ira por un penal no cobrado o un gol anulado y la excesiva celebración son malos para la salud.
Más que ver fútbol parece que hay que protegerse de él, porque hasta la percepción selectiva de lo que pasa frente a los ojos polariza y genera violencia entre la hinchada.
El desquite se da fuera de la cancha, ya vimos cómo los disturbios tras la goleada germana no se hicieron esperar. Y esa revancha, a veces, muta en violencia familiar.
Un reciente artículo en la revista especializada “Psychology Today” recuerda que los hinchas “viven y mueren según la suerte de sus equipos en detrimento de la propia salud física y mental”. Esa nota enfatiza la correlación entre la performance de los equipos locales con el aumento de muertes por fallas cardíacas, en la localidad del equipo perdedor, hasta una semana después.
Se recomienda calma frente a los juegos para evitar que el exceso de adrenalina y otras hormonas del estrés arriesguen la salud. También que una vez terminado el partido no se lean más noticias sobre este, especialmente si el perdedor fue nuestro favorito. Es necesario enfocarse en otras cosas (como lo hizo la fanaticada japonesa al limpiar el estadio cuando su equipo perdió contra Brasil).
Debe usarse constructivamente la energía del exceso de adrenalina, un arte que obviamente nuestras “barras bravas” no dominan.
Quienes deben dejar el alma en la cancha son los jugadores, para eso les pagan; y no los espectadores enganchados a esa pelota adictiva y, a veces, tan mortal como la peor de las drogas.