Con pena y sin gloria, por Alfredo Bullard
Con pena y sin gloria, por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard

Hace exactamente cinco años escribía un post en un blog que tuve en Semana Económica. Acababan de anunciar los resultados de la segunda vuelta: Ollanta Humala le había ganado a Keiko Fujimori. Había viciado mi voto. No creí que ninguno de los dos lo merecía. 

Hoy, cuando escribo este artículo, acaban de anunciar el resultado por el que Pedro Pablo Kuczynski (PPK) es el nuevo presidente del Perú. Pero he decidido no escribir ni de PPK ni de Keiko. Todos hablan y escriben de ellos, centrándose en lo que comienza. He preferido hablar de lo que termina. Hablaré de alguien que ha pasado desapercibido en los últimos días, atrapado en un opaco perfil bajo: Ollanta Humala. 

El post que escribí en Semana Económica en el 2011 se titulaba “La Inconsistencia”. Decía que el resultado en las elecciones de ese año era inconsistente porque elegir entre los dos candidatos era elegir entre dos contradicciones. Pero la inconsistencia es, paradójicamente, lo que le da consistencia a nuestro país. Cito dos párrafos de ese post:

“¿Debemos creerle a Humala? No, pero no por ser Humala, sino por ser político. Tampoco le hubiera creído a Keiko Fujimori por la misma razón. De hecho Humala no tiene otra salida que engañarnos. O engaña a quienes votaron por su plan de gobierno original, o engaña a quienes le creyeron su acto de contrición con propósito de enmienda con jurada por Dios incluida”.

“Humala entrará a la colección del ‘Museo Hice Justo lo Contrario’ que ya cuenta en sus salas con Fujimori (con su no shock), Alan García (con su no TLC), Toledo (con su no al salto al vacío antes de tirarse de cabeza) o los Vargas Llosa (con su no apoyar al perfecto idiota latinoamericano)”.

Y eso es lo que ocurrió. Lo que contradictorio nace, contradictorio termina. Y Humala antes que traernos la “Gran Transformación” nos deja la “Gran Contradicción”. Un gobierno ambiguo, sin brújula, sin liderazgo, tratando de complacer a unos y otros sin llegar a complacer ni a unos ni a otros. Él con sus promesas inconsistentes creó solito la imposibilidad de cumplirlas.

Se las ingenió para desacelerar un país con viada. Más allá de coyunturas internacionales desfavorables, no tuvo los reflejos para mantener la confianza. Eso pasa cuando promueves el crecimiento económico cargándolo de sobrerregulación e intervencionismo. O anunciando que levantaría sus estandartes contra la corrupción para terminar enredado en escándalos pululando en fiscalías y buscando agendas perdidas.

La popularidad licuada. La empatía destruida. La insignificancia consolidada. Un gobierno que no fue ni de izquierda, ni de derecha, ni de centro. Simplemente fue un gobierno que ya fue.

Ninguna gloria para los salientes y mucha pena por un quinquenio perdido contagiado de apatía y conformismo. Nos dejan con pena, y se van sin gloria.

En el mismo post que reseñaba, concluía preguntándome:

“¿Hay espacio para ser optimistas? El Perú es un país extraño. Lo cierto es que no nos ha ido tan mal con las inconsistencias. El Fujimori antishock hizo las reformas económicas que nos han traído desarrollo en los últimos años, a pesar de sus tremendos esfuerzos para destrozar la democracia. Alan García (el mismo que en los 80 destruyó el mercado y el país) se colocó en las antípodas en su segundo gobierno y le dio continuidad al desarrollo. Toledo, uno de los tipos más incapaces para gobernar que he visto, resultó teniendo un buen gobierno. Parece que en nuestro país la inconsistencia tiene su magia. Así que, para no traicionar la costumbre nacional, seré inconsistente, diciendo que no tengo mucha fe, pero sí mucha esperanza”.

La falta de fe en que daríamos un gran salto se cumplió. La esperanza que no se destruiría todo lo avanzado también. Mal que bien, esos inconsistentes deseos se hicieron, de alguna forma, realidad.

Efectivamente, el Perú es un país extraño. Ha logrado una continuidad democrática por 15 años sin instituciones políticas sólidas. Ha mantenido un crecimiento económico sostenido por más de 20 años en una economía llena de barreras estatales, sobrerregulación y una institucionalidad débil. Ha alcanzado récords de reducción de pobreza a pesar de crear desincentivos a la inversión privada. A pesar de cinco años de los Humala y sus contradicciones, la esperanza se mantiene.