Cómo pensar la democracia sin partidos, por Ignazio De Ferrari
Cómo pensar la democracia sin partidos, por Ignazio De Ferrari
Ignazio De Ferrari

En el Perú del siglo XXI, los partidos políticos son una especie en vías de extinción. Las elecciones no son disputadas por organizaciones colectivas unidas por un ideario común, sino por líderes políticos que forman vehículos personalistas con el único fin de llegar al poder. Con excepción de Alan García en el 2006, todos los presidentes elegidos desde 1990 han pertenecido a movimientos personalistas. 

El modelo de partido del siglo XX –entendido como una organización con una ideología clara y cuadros organizados– es causa perdida en el Perú. Sin embargo, insistimos en el relato de la “crisis de los partidos”, como si hubiera realmente algo que salvar. Creemos que la solución pasa por exigirle a nuestras precarias organizaciones políticas toda clase de requisitos para que, si no lo son, al menos aparenten ser verdaderos partidos. El resultado es una informalidad a la vista de todos. Los partidos han sido reemplazados por la política personalista y es hora de que sinceremos el debate. Solo así podremos enfocarnos en minimizar las externalidades negativas de nuestra política.

En ese contexto, sincerar el debate significa repensar las funciones que cumplen los partidos y ver si estas se pueden adaptar al nuevo escenario. A nivel electoral, los partidos cumplen dos funciones centrales que están estrechamente ligadas: exponen una visión del país a través de sus programas de gobierno y presentan candidatos en elecciones. En ambos frentes conviene pensar en reformas institucionales que hagan al sistema más transparente.

Empecemos por la selección de candidatos. La ausencia de partidos nos obliga a establecer mecanismos de fiscalización mucho más estrictos, ya que los filtros de las organizaciones políticas son débiles o inexistentes. Esta ausencia de filtros puede ser fácilmente aprovechada por organizaciones criminales para penetrar la política. Ante este panorama, las instituciones electorales deben estar provistas de los mecanismos legales y los recursos materiales que les permitan investigar y sacar de carrera a aquellos candidatos con trasfondos delictivos. En la actualidad, ese no es aún el caso.

Una segunda reforma institucional que puede contribuir a una mejor selección de candidatos son las elecciones primarias abiertas obligatorias. En estas, todos los votantes pueden participar en la selección de candidatos. Las primarias abiertas permiten a los votantes conocer mucho mejor a los postulantes, ya que en la contienda por la nominación –es decir, antes de convertirse en candidatos oficiales– estos se someten al escrutinio público. De ese modo, sus trayectorias y sus programas quedan expuestos con mucha anticipación. Además, las primarias abiertas pueden ayudar a generar más competencia intrapartidaria, ya que la exposición pública que genera esa elección puede alentar a otras figuras menos conocidas de la organización a desafiar al líder principal.

En el terreno programático, el objetivo es asegurar una consistencia entre los planes expuestos en campaña y las políticas que se implementan en el gobierno. En las democracias sin partidos, los candidatos suelen postular con programas vagos o, si tienen un programa, suelen cambiarlo cuando llegan al poder. El reto, entonces, es obligar a los candidatos a hacer explícitos sus planes para que los ciudadanos sepan por qué votan. En ese sentido, podría ayudar que los candidatos estén obligados a participar en una serie de debates organizados en torno a los temas que más preocupan a la ciudadanía. En los últimos procesos electorales, los debates han sido muy pocos y no han estado bien estructurados.

Las reformas aquí planteadas atacan solo el terreno electoral, de modo que es necesario pensar las demás funciones que cumplen los partidos para entender qué más necesitamos hacer. El mayor reto será, al final de cuentas, lograr un consenso político reformista. Lo más probable es que los políticos elegidos con las reglas de juego actuales miren cualquier reforma con mucha cautela. Tener un presidente como Kuczynski, embarcado en el último proyecto político de su vida, puede ayudar. El presidente debería comprarse este pleito.