(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Andrés Oppenheimer

Este es el peor momento para la libertad de prensa en la historia reciente, no solo en Cuba, Venezuela y otras dictaduras represivas, sino también en Estados Unidos y en otras democracias del continente americano. Y hay motivos para temer que los ataques a los medios podrían aumentar aun más.

Esa fue mi primera conclusión tras leer el informe anual de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), publicado poco antes de que se encontraran bombas enviadas al edificio de CNN en Nueva York y a varias figuras públicas que critican al presidente Donald Trump.

La SIP, una organización de editores de periódicos estadounidenses y latinoamericanos que ha defendido la libertad de prensa durante más de siete décadas, ha sido conocida durante mucho tiempo por sus implacables –y justificadas– denuncias contra las dictaduras cubana y venezolana.

Pero este año, además de sus informes sobre Cuba y Venezuela, la SIP emitió un informe inusualmente duro sobre Estados Unidos.

Veintinueve periodistas han sido asesinados en las Américas en lo que va del año, incluidos 11 en México, seis en Estados Unidos, cuatro en Brasil, tres en Ecuador, dos en Colombia, dos en Guatemala y uno en Nicaragua. Podría tratarse de un nuevo récord, dice la SIP.

No se puede comparar a Estados Unidos con estados totalitarios como Cuba, donde no hay libertad de prensa y la mayoría de los periodistas independientes han sido silenciados desde hace muchas décadas. Sin embargo, ha habido “un número alarmante” de ataques contra periodistas estadounidenses este año, según la SIP.

El más atroz fue el asesinato del columnista de “The Washington Post” Jamal Khashoggi, un periodista de Arabia Saudí que vivía en Estados Unidos y que fue asesinado en el consulado de su país en Turquía tras ingresar a ese edificio el 2 de octubre.

Fue el asesinato más brutal de un periodista que la mayoría de nosotros podemos recordar en los últimos tiempos. Un equipo de 15 agentes de seguridad de Arabia Saudí fue enviado a Turquía para matarlo. Fue torturado dentro del consulado, su cuerpo fue desmembrado y sus restos aún no se encuentran.

El gobierno de Trump no puede ser culpado por la muerte de Khashoggi, ni por el asesinato de cinco periodistas el 29 de junio en el periódico “Capital Gazette” en Annapolis, Maryland. Al parecer, el sospechoso actuó por un informe periodístico que lo acusaba de haber acosado a una mujer.

Pero el informe de la SIP señala que “la retórica sin precedentes contra la prensa” de Trump “ha exacerbado un clima ya hostil en el que los periodistas afrontan crecientes amenazas verbales y ataques físicos”.

Trump ha descrito a los periodistas como “los enemigos del pueblo estadounidense” y califica las noticias que no le gustan como “falsas”. Ha señalado a artículos periodísticos que ponían en duda el éxito de su reunión con el dictador norcoreano, Kim Jong-un, como actos de “casi traición”.

El informe de la SIP dice que el impacto de la retórica de Trump “se está extendiendo más allá de las fronteras de Estados Unidos y está creando un ambiente más peligroso para los periodistas en el extranjero”.

De hecho, es probable que los ataques verbales de Trump contra la prensa hayan envalentonado a muchos presidentes extranjeros a reprimir a los periodistas.

¿Habrían asesinado los saudíes a Khashoggi si el presidente de Estados Unidos fuera un firme defensor de la libertad de prensa, como lo fueron sus antecesores republicanos y demócratas? ¿Habrían sido asesinados otros periodistas recientemente en Rusia y Bulgaria si se esperara una reacción mucho más severa de Estados Unidos?

El presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, está acusando a los periódicos críticos de ser “la prensa fifí”, e insulta a periodistas que no le gustan. En Brasil, Jair Bolsonaro hace lo mismo y centra su ira en el diario “Folha de Sao Paulo”.

Es hora de que quienes se hacen eco de las críticas a la prensa se pregunten: “¿Realmente queremos un mundo con presidentes todopoderosos que controlen todas las ramas del gobierno y sin periodistas críticos?”.

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