El prófugo Martín Belaunde Lossio salió del país por Desaguadero. Llevaba meses escondiéndose de las autoridades, tenía toda la atención de los medios y de la policía.
No nos hubiéramos enterado de su paradero, sin embargo, si no lo delataba Carlos Ramos Heredia, el suspendido fiscal de la Nación. Su revelación ha sido cierta, pero también irresponsable y ladina.
Cierta, porque correspondía con los hechos. Irresponsable, porque no se condujo por los canales formales. Si algunos policías hubieran estado cercando al prófugo, habría frustrado la operación.
La intervención del suspendido magistrado ha sido ladina, porque trasluce una carga de venganza. Pone en jaque al gobierno, forzándolo a traer a quien antes se le escapaba con facilidad. Quizá si el fiscal hubiera seguido en su cargo, no habría hecho la revelación.
Quedó descolocado el ministro del Interior, Daniel Urresti, que prometía la captura. Ahora tendrá que explicarnos cómo fue posible que el amigo de la pareja presidencial fue tan eficiente en eludirlo. Y cómo Migraciones, dependencia del Ministerio del Interior, falló en el control de la frontera.
La culpa no la tiene el actual ministro. La policía es parte de eso que Basadre llamaba “el Estado empírico”. El ministro Urresti es eficiente en esas coordenadas, y en eso cree honestamente.
Luego de conocerse que los delincuentes han asesinado a casi 20 policías en el último año, ha creado un grupo especial. Sin embargo, no nos faltan grupos especiales. Lo que nos falta es una policía profesional.
Varios de los asesinatos a policías se produjeron por esa falta de profesionalismo. Un asalto a una pollería en el Cercado de Lima acabó con la vida de un valeroso comandante.
La policía le dio a este comandante un arma, pero no una preparación sobre cómo desplazarse. Él fue atacado cobardemente por el costado. Al avanzar, ofreció el flanco.
Tampoco hubo profesionalismo cuando se intervino a un pistolero ebrio en el hotel Cuadra Once, de Santa Beatriz. Se movilizó a 150 policías y se desató una balacera infernal para reducir a un borracho, sin duda peligroso.
¿A quién correspondía comandar la operación? ¿Quién autorizó destinar 60 vehículos, 150 agentes y centenas de balas para neutralizar a un sujeto con diablos azules y una pistola?
Las denuncias de robo y asalto llegan a las comisarías. Algunas son eficientes. En otras, han dicho cosas como que hay que esperar al mayor, que está de franco, para iniciar las investigaciones. Otros policías simplemente se niegan a hacer su trabajo.
La delincuencia avanza porque la policía tropieza con su propia burocracia, su falta de preparación, su empirismo. Cambiar eso se hace desde el escritorio, no desde la calle. Mientras el ministro del Interior crea que su trabajo solo está en la calle, seguiremos perdiendo el tiempo.
Perder el tiempo frente a la delincuencia es el camino seguro al desastre.