La pérdida de la calle, por Gonzalo Torres del Pino
La pérdida de la calle, por Gonzalo Torres del Pino
Redacción EC

Hace aproximadamente un mes, el Consejo Consultivo de Radio y Televisión () presentó los resultados de un estudio cuantitativo sobre los hábitos de consumo de radio y televisión de niños, niñas y adolescentes entre siete y dieciséis años en el Perú. Una de sus conclusiones más publicitadas ha sido la de encontrar que los encuestados ven en promedio tres horas diarias de televisión, un número, por demás, exageradamente alto si nos damos cuenta de que hay muchas otras opciones que también podrían estar haciendo como las tareas o conversar en familia, por ejemplo. Aunque la encuesta no muestra una comparación con años anteriores, presiento que este número ha ido en aumento constante. Las razones pueden ser muchas: la alta y (a veces con más de uno por hogar), la oferta televisiva que se enfoca cada vez más en ese segmento, el mayor tiempo que los jefes de familia pasan fuera del hogar con el consiguiente relajo del control parental, entre otras circunstancias.

Si bien el estudio se centra en las principales ciudades del Perú, Lima es un espejo para lo que sucede en los demás procesos urbanos del país. Creo que una de las características influyentes en el anterior resultado es el creciente enclaustramiento del niño y adolescente en los confines de su casa, ya sea de manera voluntaria o por orden familiar. La calle, los parques, las losas deportivas, las plazas, el barrio, la esquina dejan de ser referentes de encuentro intergeneracional por lo que la casa (y dentro de ella la televisión) es el refugio inmediato. Esto tiene que ver con una degradación constante de ese espacio, en primer lugar, por la , real o percibida, que la calle representa, también está el aumento del y sus peligros inmediatos, un elemento más al cual hay que prestar atención cuando se sale a la calle. Dentro de esta dinámica también está el poco interés que los gobiernos municipales (y nosotros también) tienen por el , por promoverlo, por construirlo, por defenderlo, por embellecerlo y esto no solo incluye parques y plazas sino también pistas y veredas. Estamos perdiendo el espacio público, la calle es la que se está perdiendo.

Es cierto que todo esto es también un efecto de la presión poblacional, de una ciudad con cada vez más gente, más autos, menos espacio, sino recordemos esa Lima casi provinciana en donde pasaba un carro una vez a las quinientas por la cuadra, los chicos hacían patota o se jugaban escondidas alrededor de la manzana hasta que mamá gritara por la ventana para hacerte entrar. Estamos viviendo este tránsito a una megaurbe con sus consiguientes problemas. Por eso, con mayor razón, nos debe interesar que en un país con instituciones democráticas débiles, el espacio público, el ágora de la polis, la unidad más elemental de la democracia no se pierda. Si la calle se pierde lo que estamos perdiendo es, en esencia, ciudadanía.