Perú admirado, por Roberto Abusada Salah
Perú admirado, por Roberto Abusada Salah
Roberto Abusada Salah

El balance del gobierno de los últimos cinco años nos deja con la sensación de que el Perú perdió la oportunidad para dar el gran salto hacia un nivel superior de bienestar económico porque no aprovechó el impulso que traía de años anteriores y el ambiente internacional benigno. Un salto para sortear en pocos años más esa invisible trampa que impide a la mayoría de los países de ingresos medios convertirse en países desarrollados. De otro lado, no debemos subestimar el hecho de haber podido mantener los pilares básicos de un esquema económico racional, luego de haber elegido a un presidente de pensamiento velasquista. Este prometió llevar adelante una política económica similar a la que condujo al Perú al atraso por más de dos décadas; al estancamiento a la Argentina, y a la rica Venezuela a convertirse en un país fallido.

Podríamos decir que el Perú bajo Humala aprobó su más duro ‘stress test’. Si con Humala el Perú no se descarriló por completo, aún podemos mirar con esperanza al futuro.

Sin embargo, no debemos confundir esperanza con complacencia; basta mirar lo que sucede hoy en Chile, un país que ha sido ejemplo de políticas sensatas que despertaron admiración en todo el mundo, y que ahora parece haber caído en un círculo vicioso de populismo cortoplacista.  En lugar de perfeccionar sus políticas para enmendar aquello que con razón demandaban sectores de la población, los chilenos han optado por políticas que amenazan con destruir permanentemente ese camino de progreso que los llevó a estar a solo un paso de ser un país desarrollado.

Si bien el Perú ha sufrido un duro revés en los últimos cinco años en términos de la desaceleración del crecimiento, la caída en la inversión privada y particularmente en el deterioro de sus instituciones, también es cierto que el Perú mantiene intactas sus fortalezas expresadas en la solidez macroeconómica, su integración al mundo, sus enormes recursos naturales, su vocación de prosperidad, la laboriosidad de su gente y la calidad de sus empresarios.

Estas virtudes son las que dos de los más influyentes economistas colombianos, Rodrigo Botero Montoya y Rudolf Hommes, han resaltado la semana pasada en sendos artículos de opinión publicados en medios colombianos, y en el caso del de Botero, también en O Globo de Río de Janeiro. Ambos ex ministros de Hacienda de su país enfatizan la virtud peruana de haber mantenido durante casi un cuarto de siglo políticas macroeconómicas prudentes a la vez de una vocación tenaz de integración económica al mundo, desmantelando sus barreras comerciales y firmando acuerdos comerciales con casi todos los países desarrollados. Valoran que el Perú sea miembro del APEC y signatario del TPP (el tratado Transpacífico). Resalta igualmente Botero la iniciativa peruana para la constitución de la Alianza del Pacífico, el exitoso proyecto de integración regional abierto al mundo. Todo lo anterior, dicen, ha sido el factor fundamental para la notable disminución de la pobreza.

Son justamente la prudencia macroeconómica y la apertura al mundo los elementos claves del éxito peruano en sostener por 23 años una tasa de crecimiento anual promedio del 5,1%; y lo más importante: para cortar la pobreza a la tercera parte. Ello a pesar de haber soportado las crisis bancarias de finales de los noventa, los efectos de las crisis rusa y asiática, y la crisis política del final del gobierno de Alberto Fujimori.

De allí la urgente necesidad de que el nuevo gobierno alcance la tasa de crecimiento que se ha propuesto, y que esta se sostenga en el tiempo. Muchas veces se subestima el poder acumulativo del continuo crecimiento. Cada punto cuenta. En la década que terminó el año 2013, el Perú creció a un promedio de 6,4% por año, lo cual aumentó en 80% el tamaño de su economía mientras que la población creció sólo 11%. Si comparamos los últimos 23 años en donde gozamos de un fuerte progreso económico y social con el crecimiento promedio desde el golpe de Estado de 1968 hasta el año 1990, en esos coincidentemente también 23 años el Perú creció a una tasa promedio de 1,6%; su economía creció 44%, pero su población aumentó en 74% (de 12,5 millones a 21,8 millones), provocando una caída estrepitosa de la producción por habitante, llevando el país al atraso y a más de la mitad de todos los peruanos a la miseria.