Nadie construye sobre un piso que se mueve. Esa lógica elemental es la razón de ser de un banco central. Una lógica que, como funcionario del Banco Central de Reserva (BCR) en distintas etapas de mi vida, he tenido siempre muy presente. Si la economía es un edificio, un valor estable del dinero es el primer piso, base primordial para los cálculos que luego justifican los atrevimientos comerciales y productivos.
Recordé ese abecé de la banca central hace unos días, escuchando una presentación de Julio Velarde, presidente del BCR. Dirigiéndose a un público de ahorristas e inversionistas –que en gran parte viven en provincias–, invitados por la empresa financiera Diviso, Velarde repasó las cifras que miden la extraordinaria firmeza del piso financiero del país. No eran novedades. Se trató de información que hoy es reportada con frecuencia, pero, quizás por eso mismo, su trascendencia no es apreciada. Me refiero a las numerosas dimensiones de la solidez financiera actual de nuestra economía, expresada tanto en las cifras que miden los resultados ya logrados, como en las notas que nos pone el resto del mundo.
Un dato principal es el resultado inflacionario en lo que va de siglo. El Salvador, Panamá y el Perú han dado la pauta para el nuevo milenio en cuanto al control de la inflación, con tasas casi insignificantes, de apenas 2,4 o 2,6% al año, cifras que antes nuestro país alcanzaba en apenas un mes o semana, y desataban estampidas hacia la compra de dólares. El dato complementario al de la inflación es el de la desdolarización: el pánico a la inflación llegó a ser tan fuerte y duradero que el público peruano entró al nuevo milenio con un nivel de dolarización de su liquidez del 70%. Hoy, la cifra es de apenas el 30%, lo que indica un enorme aumento de confianza en nuestro sol, en un país notorio por su desconfianza hacia las autoridades. Esa percepción interna es secundada por el mundo financiero externo, que nos pone una nota llamada “riesgo país”, y que hoy nos asigna el riesgo más bajo en Latinoamérica, tratándose de una evaluación basada no solo en subjetividades o percepciones, sino en una diversidad de datos concretos. Entre ellos, tienen un peso especial el excepcional nivel de las reservas internacionales del BCR y el manejo fiscal responsable de años anteriores. Más aun, esos ahorros y esa buena fama están jugando un papel crítico en este momento de lucha contra la pandemia, dando margen para una expansión excepcionalmente grande de gasto fiscal y de liquidez.
Más allá de la solidez de las altas finanzas, el piso sólido de las últimas dos décadas ha contribuido a un desarrollo más democrático a través de la creación y expansión del microcrédito. Una multiplicidad de iniciativas microfinancieras han prosperado gracias a la reducción en las tasas de interés que ha sido posible en un mundo de baja inflación. Desde los primeros esfuerzos en los 90, el costo promedio de estos créditos se ha reducido desde niveles que oscilaban entre el 80 y el 100%, a sus actuales del orden del 30%, haciendo posible una fuerte expansión en su volumen con niveles aceptables de riesgo.
Sin embargo, el mundo da vueltas. Nuestra historia tiene mucho de montaña rusa, con giros entre bonanza y colapso, y con la ausencia de un efectivo banco central. Ciertamente, la ley y el profesionalismo del BCR han venido evolucionando hacia su actual calidad y estrictez, pero la fuerza de cualquier ley está limitada por el respeto a las leyes en general. La “informalidad” no se limita a los ambulantes. Con todo, mantengo el optimismo en cuanto a nuestra maduración y al creciente reconocimiento de la primera regla de la arquitectura económica: la necesidad de un buen piso.