(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa)
(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa)
Luis Millones

Las han sido un tema desconocido para mí, hasta que descubrí que eran parte del mundo de los estudios de religión, y desde allí me asomé a ellas, consciente de mi ignorancia.

Mi primera aproximación fue a través del padre Bernabé Cobo, que desde 1642 dedicó más de cincuenta años a estudiar la historia natural del Virreinato peruano y su repertorio, incluido en la “Historia del Nuevo Mundo”, no se puede ignorar. Al referirse a las plantas, su primera preocupación fue preguntar a los “indios viejos” para que le explicaran cuáles eran las que pertenecían a las Indias y cuáles les llegaron con la invasión española.

Una vez definido el panorama, procedió como un moderno botánico. Intentó ordenar su inmenso material de forma que fuese coherente para él y sus lectores: fue así como lo dividió en tres “géneros o clases”: 1. yerbas y legumbres, 2. matas y arbolillos y 3. todo el linaje de los árboles. Lo que no es un mal trabajo para un sacerdote del siglo XVII.

La búsqueda de un acápite especial de su trabajo no ha perdido popularidad: las que se usaron por razones mágicas. Eran ya conocidas por las civilizaciones prehispánicas, mucho antes de los estudios del padre Cobo. Guaman Poma de Ayala decía que no eran solamente plantas, bien podrían ser un pajarito llamado tunki, espinas, agua, piedras, hojas de árboles, colores, etc. como parte de un hechizo con amplio espectro llamado guacanqui, previa manipulación sobrenatural. Confirmó lo dicho otro cronista, Cabello de Valboa. No mucho tiempo atrás, el conocido maestro de Túcume, don Orlando Vera Chozo, me aseguró que el tal guacanqui en realidad “servía para mejorar la suerte de uno”, lo que supongo incluía también a los lances amorosos.

Cobo menciona con mucho cuidado plantas cuya fama ha llegado a nuestros días: las pepitas del árbol llamado willka, que se pueden encontrar en cualquier mercado de nuestra sierra si se busca en el mostrador adecuado, donde, además, la dama que atiende le indicará, si se le pregunta, cuál es el maestro curandero que podría atender los males que aquejan al cliente. Las semillas del árbol tienen cualidades alucinógenas, conocidas y usadas en época precolombina, pero que en la actualidad se emplean como uno de los componentes de la ofrenda a la tierra, que se conoce como ‘pagapu’.

Don Bernabé menciona también al chamico, planta que en nuestros días tiene fama de tramposa, usada con el propósito de seducir al incauto que la bebe sin tomar precauciones. No es eso lo que dice Cobo: “Suélense hacer grandes males con esta bebida: viajando un conocido mío, con otro compañero, éste para robarle, le dio a beber chamico, con que el paciente salió de su juicio y estuvo tan furioso que desnudo, en camisa, se iba a echar a un río. Agarráronlo como a un loco y lo detuvieron, y estuvo de esta suerte sin volver en sí dos días”.

Don Bernabé nos dice también que esta planta, bien trabajada, es beneficiosa: “El zumo de las hojas de esta yerba, mezclado con unas gotas de vinagre y aplicado sobre el hígado y espinazo, quita la intemperie cálida y es contra fiebres ardientes, y el cocimiento de las mismas hojas, bebido de ordinario, es contra la calentura continua”.

Una reflexión sobre lo dicho nos lleva a la conclusión de que el mal no es necesariamente una propiedad de los vegetales. Algo puede torcer su destino en relación con causar el daño hasta aquí relatado.

Así parece suceder con otras dos plantas que aparecen dibujadas por los pintores de las tablas de Sarhua. Me refiero a las artistas tradicionales, aquellos que llegaron a Lima en 1975 y que han visto multiplicado su arte tradicional de manera masiva por empresarios y pintores contemporáneos que ni siquiera conocen Sarhua.

Un sarhuino, de aquellos que llegaron en la década del setenta, y que mantiene su actividad como pintor, me hizo un lindo trabajo en el que figuran dos plantas a las que, por razones muy diferentes, se considera que producen “encantos”. El sanki y la conuca, un cactus y un arbusto, ambos florecen arriba de los cuatro mil metros y son capaces de producir daños irreparables a quienes los manipulan sin el respeto debido. Mis amigos sarhuinos me relataron las circunstancias en que tales plantas fueron causantes de daños irreparables. Curiosamente, bajo su nombre científico y tras la consulta a los especialistas, encontré que las dos tienen una composición química que hace beneficioso su empleo, como refuerzo alimenticio o como alivio de males estomacales.

La contradicción me sonaba tan desconcertante como el empleo contradictorio del chamico en el informe de Bernabé Cobo. El análisis cuidadoso de este tema nos abre la puerta para una explicación más completa: en ambos casos el uso de las plantas se hizo sin el ‘pagapu’ respectivo, es decir, sin hacer las ofrendas a la Madre Tierra, que hacen posible que la planta despliegue sus atributos favorables. La Madre Tierra aún gobierna sobre el ámbito no doméstico del ambiente: el espacio terreno –en especial los cerros–, las plantas y los animales silvestres son su dominio.

Por encima de las muchas variantes que existen, no es difícil hacer un ‘pagapu’. En base a muy pocos elementos es posible conseguir los permisos de la Tierra: varias clases de semillas, coca, chicha de maíz, algo de aguardiente, quizá un cuy, o el hueso de una llama, y, sobre todo, las invocaciones respectivas. Y si el especialista religioso nos acompaña, mucho mejor. Costará muy poco y nos dará la satisfacción de aprender algo de la sociedad andina antes de que desaparezca.

Naturalmente, podemos hacer caso omiso de todo esto y en cambio buscar avisos hasta en los postes de alumbrado, donde se publicita la ayuda de los estafadores que anuncian la cura de todas las enfermedades y hasta la seguridad de un amorío rápido y exitoso, o bien buscar citas arregladas en la pantalla de su computadora.