(Foto: Archivo El Comercio)
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Si existiera un indicador que resumiese la calidad de vida y, por ende, el grado de desarrollo de una economía, este bien podría ser el nivel de . Cierto, los estándares bajo los que se establece dicho parámetro –en concreto, la línea sobre la que se establece el umbral de pobreza– no son similares de un país a otro, pero hay una enorme correlación entre dicho indicador y lo mencionado.

Distintas dimensiones del desarrollo tales como la expectativa de vida, la mortalidad infantil, el alfabetismo, el acceso a servicios esenciales (agua, luz, comunicaciones), entre otros, se pueden resumir en dicho constructo, y por ello es que la mayoría de países y organismos multilaterales la consideran la métrica número uno. Sin ir muy lejos, es el primero de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS) promovido por las Naciones Unidas.

Pues bien, de venir avanzando a pasos agigantados durante casi 15 años, de pronto la lucha contra la pobreza se ha convertido nuevamente en un tema de preocupación en el Perú. En efecto, entre el 2006 y el 2016, la pobreza cayó del 49,1% al 20,7%, un hecho que nos hizo mirar el fin de la pobreza y pobreza extrema como algo realizable. Este notable hecho se produjo, qué duda cabe, gracias al vertiginoso crecimiento económico que vivimos desde las reformas estructurales realizadas a inicios de los noventa, pero sobre todo al extraordinario período de crecimiento global que experimentamos desde inicios de los años 2000.

El problema, en simple, es que dicho proceso de crecimiento inclusivo (o propobre, si prefieren) se ha estancado, producto de la caída de la tasa de crecimiento de nuestra economía. De crecer a un promedio de 7% hasta el 2012, hoy crecemos a una tasa cercana al 3%. Y para reducir las cuentas de pobreza y pobreza extrema, de El Comercio, necesitamos volver a crecer a tasas por encima del 6% si queremos observar cambios similares. Para el 2021, la cuenta será 19,7% si crecemos al 2%, 18,6% si crecemos al 4% y 17,5% si crecemos al 6%. Es decir, el objetivo del 15% para el 2021 que tanto esperamos será muy difícil, si no imposible, de alcanzar.

Que a estas alturas sigamos escuchando a congresistas y analistas discutiendo el modelo es, sin dudas, parte del problema. Ningún modelo ha beneficiado más a los más necesitados, aquí y en la China, que el modelo de mercado. Si del mismo se deben emprender mayores o menores sostenes sociales y de qué tipo, tampoco es una cuestión en debate (no al menos en la academia y los centros especializados). Crecer es una necesidad básica para incluir, y cuánto más crece un país, pues con mayores recursos contará para establecer una estrategia que mejore sustancialmente la vida de los más necesitados. El Perú fue un ejemplo claro de ello: no solo redujimos pobreza y pobreza extrema en gran medida, sino que, además, mientras tanto, se reducía también la desigualdad económica (dos hechos que no van necesariamente de la mano).

Es imprescindible volver a poner en debate nuestra política de crecimiento e inclusión. A poco de llegar al bicentenario no podemos marginar a cerca de 6 millones de peruanos del desarrollo y de la modernidad. Enfatizar las mejoras en productividad y mejora institucional son dos pasos necesarios, pero se requiere más que eso. Por ello, pasado el referéndum, esperamos que el presidente asuma este tema como primera prioridad.