(Ilustración: Rolando Pinillos)
(Ilustración: Rolando Pinillos)
Javier Díaz-Albertini

Un tema recurrente en las últimas semanas es la creciente distancia entre el quehacer político y la ciudadanía. Se ha mencionado, por ejemplo, que a las personas les interesa más lo que pueden comer en el cine que los aportes de Odebrecht y su efecto en nuestra clase política. Inclusive se bromea con que ya “no eres nadie” si no eres un beneficiado o intermediario en la repartija detallada por Barata. Lo que no es broma es que este distanciamiento genera un vacío político que facilita la captura del Estado por diversos grupos para sus propios fines.  

Hace unos años, la antropóloga Deepa Narayan –consultora del Banco Mundial– estudió la relación entre el capital social y la gobernabilidad en diversas sociedades nacionales. Por capital social se refiere a aquellos atributos socioculturales y estructurales que facilitan la asociación y cooperación entre las personas. La confianza –hacia otras personas y en las instituciones– es uno de sus aspectos cruciales. Otro es la legitimidad y el respeto a las normas. 

Cuando existe poco capital social –como en nuestro caso– las relaciones de confianza tienden a limitarse a los vínculos más cercanos (familia, amigos, conocidos). No confiamos mucho más allá de este círculo íntimo, ya que el mundo nos es incierto porque las instituciones no funcionan bien y las normas no son respetadas. En las palabras de Narayan, lo que predomina son los vínculos que unen (‘bonding’).  

Lo que tenemos menos desarrollado es un capital social basado en las relaciones más lejanas, o sea, los vínculos que tienden puentes (‘bridging’) entre los distintos, sea social o geográficamente. Este tipo de relación, no obstante, es el que facilita la convivencia en sociedades complejas en las cuales las relaciones cercanas cada vez son más escasas e infrecuentes. Como resultado, la sociedad peruana es descrita como fragmentada e insular, siendo quizás la imagen de archipiélago la que mejor capta nuestra organización social. 

Esto se aplica perfectamente a nuestra sociedad civil que muestra niveles altos de actividad, pero escasa articulación. Una de las razones fundamentales es que nos faltan las estructuras que posibilitan articular, como, por ejemplo, verdaderos partidos políticos. Cuando observamos las convenciones del Partido Demócrata en EE.UU., encontramos reunidos a una gama variada de personas y colectivos. El partido sirve de puente y genera relaciones transversales que cruzan las diferentes clases, géneros, razas, etnias, ocupaciones, religiones, etc. En un mismo espacio se congregan, dialogan y actúan como colectivo.  

De acuerdo a Narayan, cuando se tiene poco capital social transversal, las relaciones del Estado con la sociedad civil también se fragmentan. Esta circunstancia facilita la captura del Estado por un sector, en desmedro de los demás. El tipo de captura varía de acuerdo a cuán bien funciona el Estado en cuestión. 

En estados funcionales –que cumplen las tareas básicas de gobernabilidad– la falta de capital social transversal lleva a la captura del Estado por los grupos más poderosos. Es una situación de exclusión. Esto es lo que está ocurriendo a nivel de nuestro Gobierno Central y su captura por los grandes intereses económicos, como bien ha descrito Francisco Durand. 

En estados disfuncionales la figura es distinta, ya que es un aparato que ni puede imponer el respeto a reglas mínimas de juego. Es una situación de conflicto, en la cual el Estado tiende a ser capturado por mafias contenciosas. En algunos de nuestros gobiernos subnacionales esto es lo que está ocurriendo, como bien demuestran las mafias dirigidas por gobernadores regionales y alcaldes traficantes.  

Ante estas circunstancias es que resulta esencial edificar los puentes y espacios que permitan la creación de coaliciones ciudadanas en favor de la democracia y los derechos ciudadanos. Un ejemplo, en ese sentido, es el colectivo #NiUnaMenos que ha logrado unificar a un amplio sector de la población en la lucha contra la violencia de género. Y justo una parte esencial de su agenda política es hacer que el Estado sea inclusivo, presionando al Poder Judicial –actualmente capturado por la justicia patriarcal– para que promueva y defienda los derechos de las mujeres.