“Por un lado, hay una ideología implícita que radica en nuestras creencias sobre el mundo, las personas y las cosas. Ellas no son un cuerpo de ideas fundamentadas racionalmente ni escritas”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“Por un lado, hay una ideología implícita que radica en nuestras creencias sobre el mundo, las personas y las cosas. Ellas no son un cuerpo de ideas fundamentadas racionalmente ni escritas”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza

A partir de hoy y hasta que tengamos un nuevo presidente o presidenta, como parte de la campaña y en común acuerdo con nuestro director periodístico Juan Aurelio Arévalo Miró Quesada, en esta columna inicio una serie de divulgación sobre las ideologías que más han influido y que siguen influyendo en la conducta política de las personas. Además, cuando analicemos los mensajes de los candidatos a la presidencia y al Congreso, advertiremos que, de manera implícita, todos ellos utilizan una serie de categorías que caen dentro de estas ideologías.

Lo más importante es que prácticamente todas las ideologías que analizaremos han sido aplicadas a lo largo del siglo XX y continúan aplicándose. Esta es la prueba más palpable de que no han muerto, como sostienen algunos. Están ‘vivitas y coleando’.

Por ejemplo, el liberalismo, ahora en su versión neoliberal, se ha convertido en la ideología dominante dentro de lo que llamamos ‘globalización’ (que es, a su vez, un concepto ideológico que expresa una concepción del mundo a través de decisiones políticas y categorías económicas y culturales). Pero, ¿sabía usted que así como hay un neoliberalismo hay también un neomarxismo? Uno de sus principales representantes es el esloveno Slavoj Žižek.

Como respuesta al neoliberalismo y a la globalización capitalista, han surgido el populismo y el nacionalismo. Por ejemplo, hoy en día existe un populismo y un nacionalismo de ultraderecha en Estados Unidos, un país que para muchos era un modelo de democracia.

¿Ha muerto el marxismo? Todavía hay regímenes marxistas en Corea del Norte (el más duro y cerrado), China (edulcorado con capitalismo), Vietnam y Cuba. En esta fantástica e histórica isla, como me decía un amigo cubano, también hay un “machismo leninismo”. El machismo es una ideología, como lo es el feminismo.

¿Hay una ideología de género? Tengo mis dudas, pero sí hay creencias en torno a las decisiones sobre la opciones sexuales de las personas. Herbert Marcuse, por ejemplo, tiene un extraordinario trabajo sobre sexo y libertad.

Pero, ¿qué es una ideología? En las investigaciones que vengo realizando para escribir esta serie de artículos he encontrado hasta 11 definiciones. No las voy a poner aquí. Solo diré que el término fue creado por el intelectual francés Destutt de Tracy y originalmente no tenía ningún sentido político. Para De Tracy, la ideología era la ciencia de las ideas.

Entonces, ¿cómo pasó de ser una categoría científica y filosófica a una política? Por culpa de Napoleón Bonaparte, que llamaba “ideologues” a los intelectuales que criticaban su política.

Lo anterior, sin embargo, no basta. Tiene que haber una definición más precisa del término. Según esta, ideología significa tres cosas: deformación de la realidad, concepción del mundo y justificación teórica de la praxis política.

Dos apuntes finales. Por un lado, hay una ideología implícita que radica en nuestras creencias sobre el mundo, las personas y las cosas. Ellas no son un cuerpo de ideas fundamentadas racionalmente ni escritas. Por otro lado, hay ideologías explícitas (estas sí en plural) que constituyen un cuerpo de ideas racionalmente fundamentadas.

El otro aspecto que quiero subrayar es que no voy a hacer una exposición con criterio histórico. Por ejemplo, no voy a empezar con el liberalismo y terminar con el ecologismo.

Al final, como debe ocurrir en toda democracia, usted será el que decida si se adhiere o no a una ideología o, si no lo hace, si le importa que los partidos políticos que competirán en estas elecciones las tengan. Lo que sí le aseguro es que será muy difícil que se libere de su ideología implícita, de sus creencias y –lo que es más grave– de sus prejuicios.