(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Alfredo Bullard

“El sueño de todo político es ser como Mickey Mouse: ser tan simpático que todo el mundo olvide que es una rata”. Con este chiste popular inicié un artículo en esta página hace casi cinco años (“El síndrome de Mickey Mouse”, 19/1/2013). Y el chiste parece mucho más pertinente a la política peruana hoy. 

Una historia popular, mitad leyenda, mitad cuento de hadas, parece también ser pertinente al momento actual. El pequeño poblado de Hamelín, Alemania, estaba infestado de ratas. Habían invadido todo: las habitaciones, los almacenes, las cocinas, los lugares públicos. Uno levantaba una piedra y salía un roedor. 

Un desconocido apareció y le ofreció al alcalde eliminar a todas las ratas a cambio de una recompensa. El alcalde aceptó la oferta y el desconocido, que no era ni más ni menos que un flautista, comenzó a tocar una melodía contagiosa. Algunos reseñan que guardaba semejanzas con una canción achichada que se hizo popular en el Perú a finales de los noventa, conocida como “El baile del Chino”.  

No importaba el color o la afiliación de los roedores. Todos terminaron bailando al son de la música del flautista. La melodía parecía imposible de ignorar. Las ratas y ratones siguieron hipnotizados al flautista que se dirigió a un río cercano en el que los roedores terminaron ahogados. Hamelín fue liberado de la plaga. 

Pero allí no terminó la historia. El flautista regresó a cobrar su recompensa. El alcalde, ya liberado de los animales, se negó a pagarla. El flautista había olvidado que el alcalde era también un político y, por tanto, un mentiroso.  

Entonces el flautista empuñó nuevamente su flauta, entonó una nueva canción y esta vez fueron los niños del pueblo de Hamelín quienes lo siguieron. Dependiendo de la versión del cuento que uno lea, los niños nunca regresaron, perecieron ahogados en el río o, en la versión más ‘friendly’ para el público infantil, el alcalde fue a buscar al flautista, le pagó la recompensa y los niños volvieron. 

Quisiera que el flautista de Hamelín existiera y que con una melodía contagiosa e hipnótica condujera a todos nuestros políticos (y por “todos” me refiero a todos) al río del olvido para que no regresen. A los fujimoristas, de los dos bandos, por prepotentes y contradictorios. Porque para vacar a PPK hablan de corrupción pero para liberar a su líder el que haya sido corrupto no importa. Y hoy no saben si criticar o alabar a Kenji y, sobre todo, a su padre. Y a Kenji (y al propio Alberto) por oportunista. Al Apra por lo de siempre: por seguir a Alan García. A PPK por mentiroso, débil, sumiso y por sacrificar su ya poca dignidad para mantener su puesto. Y a la izquierda por hipócrita y mezquina: por sumarse cuando les conviene a la prepotencia fujimorista y luego rasgarse las vestiduras de un indulto que ellos mismos empujaron con su contradicción. 

Miremos a los políticos. Invito al lector a señalar uno que merezca más de 15% de aprobación. No se salva nadie. Ninguno merece sobrevivir políticamente. Ninguno puede tirar piedras sin romper su techo de vidrio.  

Nos han mentido (“el indulto no se negocia”), insultado nuestra inteligencia (“es un indulto humanitario”) y afectado nuestra dignidad (pidiendo perdón “por defraudar a los compatriotas” o calificando de “excesos y errores” delitos tan serios como homicidios o corrupción).  

Han mostrado una xenofobia inaceptable (diciéndonos, como si fuera relevante, que “Condorito es chi-le-no” y por eso se han burlado de nosotros, olvidando, contradictoriamente, que “Fujimori es ja-po-nés” y se ha burlado de nosotros al margen de su nacionalidad). Nos han demostrado la inexistencia de inteligencia y la falta absoluta de criterio. Nos han hecho sentir que con esos gobernantes y representantes el Perú no vale la pena. 

El escritor Louis Dumur decía: “La política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos”. La política es siempre un gran engaño, en donde quien más miente más consigue. Por eso, sigamos el consejo del estadounidense Bernard Baruch: “Vota por aquel que prometa menos. Será el que menos te decepcione”. Una pena que el flautista de Hamelín sea solo un cuento.