El presidente y su vicepresidente Martín Vizcarra inauguraron obras en Ancón el martes. No se pudo disimular, sin embargo, la expresión adusta de Vizcarra durante la ceremonia.
El presidente y su vicepresidente Martín Vizcarra inauguraron obras en Ancón el martes. No se pudo disimular, sin embargo, la expresión adusta de Vizcarra durante la ceremonia.
Juan Carlos Tafur

No me queda duda alguna de que el de PPK es un gobierno fallido: ya no le queda tiempo para hacer grandes reformas, fracasó en el intento de preservar la transición democrática, fue un fiasco político al no esforzarse por resolver la disyuntiva entre ser confrontacional o conciliador con el fujimorismo, y defraudó a un sector importante de sus votantes al indultar de la manera rupestre en que lo hizo a Alberto Fujimori.

Pero que un gobierno sea malo no lo convierte en moneda de cambio político o en instrumento desechable a la primera de bastos. Activar en contra de PPK el mecanismo constitucional de la vacancia por incapacidad moral permanente es un exceso político terrible.

Esa figura constitucional alude a cierta inimputabilidad mental, a ausencia de juicio, a trastorno mental invalidante, no a presuntas faltas éticas en el ejercicio del poder, o peor aun, de actos anteriores al quehacer gubernativo, como es el caso del presidente de la República y sus vínculos con Odebrecht.

Estamos, además, ante un gobierno malo o mediocre, pero no ante el desplome de la gobernabilidad. No vivimos en el caos o en la anomia absoluta. Ni por asomo estamos cerca de la implosión cívica que supuso, por ejemplo, la primera administración de Alan García, quien culminó, como correspondía, su espantoso gobierno.

Se aprecia en la oposición el despliegue de estrategias políticas subalternas que buscan propósitos distintos a la presunta recuperación de la gobernabilidad.

En el caso del fujimorismo, lo que se busca es desquitarse de quien los derrotó y de paso meterle un golpe al disidente Kenji. No les interesa en ese sentido que en los hechos el Gobierno, atendiendo la presión naranja, haya claudicado a su favor en varios asuntos gubernativos, por ejemplo en materia de política educativa. Lo que Keiko Fujimori busca es pisar fuerte, sin importar las consecuencias y cree que con ello cosecha políticamente (lo que las encuestas no revelan).

El aprismo está convencido de que la única manera de que Alan García vuelva a tener algún protagonismo es incendiando la pradera y generando un caos político de tal magnitud que el descrédito de García se pueda volver secundario. Así, no le importa tumbarse cualquier cautela constitucional.

La izquierda quiere reubicarse. En el caso del Frente Amplio, desea construir una opción verde antisistema y necesita de gestos grandilocuentes para lograrlo. En el caso de Nuevo Perú, no están dispuestos a dejar que el Frente Amplio les gane ese terreno y por eso asumen como un error estratégico haber abandonado la votación por la vacancia del año pasado. Quieren reivindicarse y corregir lo actuado sin que los desvele cargarse en pleno el andamiaje político y constitucional del país.

Martín Vizcarra no debe renunciar si PPK es vacado. El peor escenario es que asuma Luis Galarreta y convoque a elecciones adelantadas. No hay indicios, además, de que Vizcarra lo vaya a hacer peor que Kuczynski. Inclusive, sobran razones para pensar que PPK debe renunciar. Pero tampoco son razones válidas para justificar un despropósito tan grande y tan grave como proceder a una vacancia presidencial.

La del estribo: Sería bueno que las salas de teatro agreguen a las habituales recomendaciones que efectúan al público asistente la de no reírse sin motivo alguno. No es obligatoria la carcajada estentórea y menos si se aprecia un drama. No revela particular entendimiento de la trama y malogra la magia íntima del buen teatro.