La prensa incómoda, por Alfredo Torres
La prensa incómoda, por Alfredo Torres
Alfredo Torres

La relación entre periodistas y políticos siempre ha sido tensa. El propio presidente Pedro Pablo Kuczynski, a pesar de su vasta experiencia, empieza a mostrar ya síntomas de irritación ante las críticas de columnistas de opinión. “No nos dejaremos intimidar por las amenazas de los opinólogos…”, dijo recientemente. Es probable que el malestar del Ejecutivo por una cobertura periodística percibida como injusta se vaya agudizando conforme pasen los meses, como ha ocurrido en gobiernos anteriores. 

Políticos y periodistas se han mirado siempre con desconfianza, pero no pueden vivir unos sin los otros. Los periodistas necesitan de los políticos como fuente de información y los políticos a los periodistas para transmitir sus mensajes a la ciudadanía. La tensión estriba en que los periodistas consideran que una característica esencial de su función es la independencia del poder y esa actitud colisiona con la vocación de los políticos por sumarlos a sus causas.

Para que un político no se irrite con los periodistas y columnistas de opinión tiene que aceptar que la mayor parte de la prensa suele estar a la caza de noticias, de primicias, de titulares, cuanto más sensacionales mejor. Si a eso se le suma que normalmente los periodistas carecen de experiencia en las complejidades de la gestión pública, se entenderá que la mayoría privilegie el corto plazo sobre el largo plazo, la frase efectista sobre la explicación exhaustiva, el conflicto sobre el acuerdo.

Naturalmente, existe un periodismo de mayor nivel, que investiga con rigor, analiza en profundidad y, a veces, toma partido por una causa política, cuando le parece justa, independientemente de si favorece al gobierno o a la oposición, pero lo cierto es que la mayor parte de la prensa se guía directa o indirectamente por la lectoría o la sintonía del público. O por el número de likes y retuits en las redes sociales. En estos tiempos, es muy fácil descubrir qué tipo de notas tienen más impacto y rara vez son las más ponderadas.

En este contexto, el presidente puede caer fácilmente en el juego de la prensa por hacer noticia con alguna declaración grandilocuente, que fácilmente resbala a una frase desafortunada. Por eso se dice que el mayor enemigo de una gran personalidad es ella misma, porque nadie como ella misma puede destruir más efectivamente su imagen con expresiones fuera de lugar. Para proteger la investidura presidencial, la Constitución Peruana establece que el portavoz autorizado del gobierno es el presidente del Consejo de Ministros. Sin embargo, la responsabilidad principal del primer ministro es la coordinación de las políticas y acciones del Gabinete Ministerial, la gerencia general del Estado. Ni el presidente ni el primer ministro pueden dedicarse diariamente a conversar con la prensa porque descuidarían sus tareas principales.

Para salvar esta dificultad, democracias más avanzadas han introducido la figura del vocero presidencial. Se trata de un profesional de las comunicaciones cuya tarea diaria es, de un lado, poner en la agenda de la prensa los temas de mayor interés gubernamental, y del otro, atender consultas sobre los temas coyunturales de mayor controversia, actuando de vocero, pero también de escudo del presidente. Es una tarea de mucha confianza que puede ser desempeñada por periodistas o diplomáticos de carrera. En el caso peruano, que la cancillería tiene profesionales muy calificados tanto en actividad como en el retiro, no le debería ser difícil al presidente identificar a un vocero en esas canteras. 

Si el presidente o el Gobierno –bajo responsabilidad del primer ministro– cuenta con un vocero de ese perfil, las máximas autoridades del Estado podrían dosificar sus apariciones, lo cual incrementaría su impacto y reduciría su riesgo. El presidente en particular tiene que ser muy consciente del carácter simbólico de sus declaraciones y comportamiento. La opinión pública suele estar más atenta a los gestos que a las palabras.

Por el lado de la oposición, la prensa también despierta críticas, solo que en este caso los calificativos son mucho más agresivos. En las redes sociales, sectores radicales acusan a periodistas de “mermeleros”, atribuyen la opinión de los columnistas al mandato de un cártel mediático y amenazan con una ley de prensa. Los políticos que caigan en ese juego solo conseguirán un mayor rechazo del gremio periodístico y la opinión pública. Un indicador del carácter democrático de un partido es su tolerancia a las críticas. Actitudes prepotentes o agraviantes difícilmente ganarán el respeto de la prensa y la ciudadanía.