No estamos preparados, por Andrés Calderón
No estamos preparados, por Andrés Calderón
Andrés Calderón

“Eso pasó hace 15 años”, “nuestra sociedad no permitiría una nueva dictadura”, “además, la prensa es madura e independiente”… son el tipo de frases que escuchaba –ahora con menos frecuencia– de varios amigos para convencerme de que no había mayores riesgos en estas elecciones, al menos en lo que respecta a vivir en democracia y no repetir la dictadura de los noventa.

Me convencieron, y como varios otros, le di el beneficio de la duda al neofujimorismo. Aunque no creo que Keiko Fujimori ni Fuerza Popular aspiren a replicar la experiencia noventera (¿para qué?), con el tiempo y en especial en las últimas tres semanas, constaté que el neofujimorismo es más ‘vintage’ de lo que muchos creíamos. Que puestos a escasa distancia del poder, no dudarán en recurrir a las viejas artimañas del pasado con tal de asegurarlo.

En estos días, recordando aquellos llamados a la calma, me he preguntado si en el supuesto de que el fujimorismo lograra el aval de las urnas, e intentara nuevamente concentrar todo el poder, ¿estaría el país preparado para semejante reto? Después de todo, para que la fórmula del beneficio de la duda funcione, no basta con creer en la conversión de alma de quienes representan el peligro, sino también en la madurez y el temple de quienes puedan desterrarlo de ser necesario.

En este contexto, el caso del audio adulterado difundido en el programa televisivo “Las cosas como son” es muy ilustrativo. Ya sabemos que en la grabación original de una conversación del señor Jesús Vásquez, este se reafirmaba en su denuncia contra Joaquín Ramírez de estar involucrado en una investigación de la DEA (agencia antidrogas de Estados Unidos), y que el audio fue trucado para hacer parecer lo contrario. Pero el trayecto desde la conversación telefónica a la difusión adulterada tiene mucho que decirnos aún.

Primero: José Chlimper, el secretario general de un partido y posible vicepresidente de la República, decidió entregar el audio al presidente del directorio de un canal televisivo. Aun si creyéramos que dicha grabación era relevante y que Chlimper tenía motivos válidos para entregar solo el audio original, hay un primer hecho que llama la atención: ¿Por qué tratar con un empresario y no directamente con un periodista? ¿Acaso un político con más  de16 años de experiencia y constantemente buscado por los medios no tenía otra vía para hacer llegar el audio a la prensa?

Segundo: el presidente del directorio de uno de los canales de televisión más importantes del país acepta actuar como nexo irregular. Tercero: dicho directivo decide no entregar el encargo a la dirección periodística del canal, sino a un programa alquilado. 

Cuarto: el audio original y uno segundo manipulado son entregados –no se sabe aún quién efectuó la adulteración pero sí se sospecha quién pudo haber tenido interés– a la producción de dicho programa, que no responde a la dirección periodística de la señal televisiva. Quinto: el programa y los periodistas no verifican la autenticidad de los audios y propalan solo el adulterado.

Sexto: Conocido “recién” el “error” cometido, el programa y periodistas no lo hacen público ni se rectifican inmediatamente, y todo sale a la luz recién cuando una renunciante periodista denuncia la cadena de sospechosos hechos, desencadenando, posteriormente, los deslindes de la parte periodística del canal, el retiro del programa alquilado y la renuncia del involucrado presidente del directorio.

Esta historia, lamentablemente, nos demuestra cuando menos –y nuevamente, pensando bien– una inmadurez flagrante de parte de nuestro periodismo, que no escoge bien a sus fuentes y no sospecha de las fuentes políticas, que no contrasta pruebas, que no sabe filtrar programas y periodistas –así sean espacios alquilados pues la reputación del canal también está en juego–, y que, intencionalmente o no, se presta al peor de los juegos políticos. 

En otras palabras, que a pesar de nuestra autoindulgencia, y de lo mucho que quisiéramos seguir pensando bien (del fujimorismo y de nosotros mismos), el triste pronóstico parece ser que aún no estamos preparados.