Prudencia y razón, por Hugo Guerra
Prudencia y razón, por Hugo Guerra
Redacción EC

Resulta inevitable volver al siempre espinoso tema de las relaciones peruano-chilenas, hoy emponzoñadas por el espionaje contra nuestras Fuerzas Armadas.

Como se sabe, en la conciencia de la peruanidad el vínculo bilateral sigue cargado de los aciagos episodios de la infausta . Las heridas y sombras del siglo XIX se prolongan hasta ahora no por el infortunio en las armas, sino por el salvaje comportamiento de las huestes invasoras en una época en la cual la guerra misma, como objeto del derecho internacional, ya tenía regulaciones para impedir la barbarie. 

Es verdad que, pese a ello, en los planos económico y social ambos países hemos avanzado de modo sustantivo, y el punto culminante ha sido permitir que una corte internacional zanje un tema tan crucial como la delimitación marítima. Sin embargo, los enfoques pragmáticos no han terminado de calar en el espíritu de los dos pueblos. El recelo no puede desvanecerse solo con negocios que marchan viento en popa si los estados –representados por sus gobiernos– no tienen además políticas plenamente coherentes en todos los campos.

El espionaje es incoherente con postulados de paz, cooperación, integración y buena vecindad. También es incoherente que en su carta de respuesta al Perú, La Moneda enfatice que “este gobierno” (el de ) no ha ordenado el espionaje. Así lo hubiesen ordenado regímenes anteriores, o aun cuando fuere un accionar descontrolado de sus militares, lo cierto es que un Estado es continuo en el tiempo y en su representación. Por eso las deudas, los crímenes y los actos hostiles, como este del espionaje, son responsabilidad activa del actual gobierno santiaguino, sin importar quien lo presida. De allí que es impecable la lógica de exigir de nuestra parte una respuesta más inteligente y comprometida para sancionar a los responsables, así como un compromiso explícito para que el futuro de la relación no vuelva a plagarse de estos atentados.

A partir de estos principios podemos y debemos reclamar de parte de nuestros gobernantes (aquí y allá) conductas de auténticos estadistas. Aludir a ‘patriotas’ y ‘antipatriotas’ en estas circunstancias es maniqueísmo puro, así como insulta a la razón pretender interrumpir una relación bilateral que en medio de sus espinas ha permitido situaciones florecientes como las de Tacna y Arica. Claro, es inadmisible que en pleno siglo XXI sujetos como el diputado chileno Jorge Tarud insulten al Perú, pero tampoco debemos caer en la trampa fatal de incendiar la pradera haciendo que la tensión escale hasta niveles absurdos.

En esta hora se impone, entonces, proceder con ecuanimidad, prudencia y compromiso para que ninguna razón de política interna perturbe el manejo razonable de la crisis. 

Más allá de obvias críticas a su gestión, respeto las convicciones del comandante en este tema, pero creo que esta no es hora para la diplomacia presidencial. Debemos dejar, mejor, que el profesionalismo de nuestra cancillería despliegue sus estrategias y administre los claroscuros en silencio. A su turno, la prensa debe asumirlo: autorregularse y abstenerse de informar sobre detalles de un caso tan complejo no equivale a perder el derecho a la libre expresión. 

Entre tanto, y ojalá, los chilenos esta vez se comporten con dignidad y coherencia.