(Archivo: El Comercio)
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Rolando Arellano C.

El Perú antiguo tiene muchas riquezas que con frecuencia minimizamos. Este es el caso de los quipus, esos fantásticos instrumentos precolombinos que tan poco conocemos y que quizás son los precursores del mundo digital actual. Sería un excelente regalo de Fiestas Patrias, si hoy empezáramos a generar un movimiento para comprenderlos y darles su verdadera importancia.

Con las disculpas a los historiadores por el atrevimiento, creo que durante 500 años los peruanos hemos creído falsamente que nuestras culturas ancestrales eran analfabetas. Eso a pesar de que una lógica simple diría que es casi imposible, solo con memoria oral, hacer construcciones como Ollantaytambo y Sacsayhuamán, cuya edificación duraba decenios, o administrar un imperio más extenso que cualquiera de Europa en su época. Seríamos la única gran cultura sin escritura.

Además, el esfuerzo de los españoles por destruir los quipus, “para extirpar idolatrías”, recuerda mucho a los romanos en la biblioteca de Alejandría, tratando de borrar toda memoria del vencido. Si no lo lograron en México fue porque sus símbolos fueron, literalmente, grabados en piedra, mientras en el Perú el material era más frágil: cerámicos, pinturas, telas o hilos.

¿Que son muy simples para ser un lenguaje? No, pues nudos y líneas son el uno y el cero del lenguaje binario, como los puntos y líneas del lenguaje Morse. Pero además los quipus tienen variaciones de número de columnas, y largo y distancia entre ellas, como en los ‘exceles’ de hoy. Adicionalmente varían en grosor y textura de columnas y de nudos, además del color de la fibra principal y de las entrelazadas, más la dirección de estas. Demasiada complejidad para ser solo un registro contable como nos han dicho que son. De hecho, los cronistas cuentan que los quipucamallocs, guardianes de los quipus, los “leían” rápidamente, mezclando tacto y vista en esa acción.

Dicen que no se han descifrado porque no existe una “piedra de Roseta”, un documento con dos idiomas, como la que sirvió a Champolión para descifrar los jeroglíficos egipcios (aunque en Italia parece haber uno, de los primeros años de la conquista). Pero aun sin ella, con las computadoras de hoy, encontrar los códigos no parece insalvable, si una voluntad nacional apoyara ese trabajo.

No se vea esto solo como un desafío intelectual. Véase más bien como una forma de reparar la deuda que tenemos con nuestros jóvenes, mostrándoles la fuerza de sus raíces y la capacidad de sus antepasados. Que si hace siglos, sin imitar a otros, pudieron crear sistemas más complejos que los del mundo digital actual, nada impide que hoy sean abanderados de su propio desarrollo. ¡Feliz 28 de julio!