"¡Qué tal raza!", por Pedro Canelo
"¡Qué tal raza!", por Pedro Canelo
Redacción EC

El señor cliente denuncia racismo porque no pudo sentarse en la mesa del restaurante. Dijo que estaba en una lista de espera que no fue respetada. Que la administradora del local dio preferencias a otros por ser “blancos”. Se indigna, llena el libro de reclamaciones. Está molesto, su calentura es imparable. Llega a su casa, describe el incidente en , lo rebota en . Cien, doscientos  ‘likes’,  mil personas lo comparten . Se convierte en noticia y en tendencia de redes sociales. Todos lo comentan y hasta algunos ensayan conclusiones antropológicas sobre la discriminación en el Perú. Un familiar de la trabajadora del restaurante escribe el descargo unas horas después. Demasiado tarde, varón. Una mentira apurada se puede convertir en verdad, aunque sea, por mayoría de votos. 

Las denuncias por discriminación están desviando su justa naturaleza. Ahora resulta que todo es racismo. Yo discrimino, tú discriminas, vosotros discrimináis. Primicia chocherita: hay racismo en el Perú. El 93% de encuestados por aceptan esta penosa situación. Pero levantar el dedo acusador de manera gratuita banaliza todo. La hipersensibilidad social y los complejos a veces pueden ser más nocivos que el mismo racismo. Y las redes sociales en estos casos, en lugar de ayudar solo alimentan mucho más la confusión.

Podría decir que es racista el administrador del cine que no me quiso devolver mi plata después de reclamarle por su pésima sala. También podría gritar “¡racismo!” en el banco donde se demoraron tres horas en atenderme. En el Perú hay centros con pésimo trato al público, pero no todo puede ser etiquetado como racista. Casi denuncio por discriminación al ‘911’ de la discoteca que no me dejó entrar a un concierto por “exceso de asistentes”.  Al día siguiente leí en las noticias que dos jóvenes casi mueren allí por asfixia. ¿Qué hubiera pasado si no hacía mi pausa a lo Magaly Solier antes de teclear mi rabia? Sanemos al país del racismo pero no hagamos de esto una lucha medieval con flechazos de ida y vuelta. 

¿Por qué no regresamos a los tiempos cuando para denunciar un hecho grave necesitabas pruebas? Ahora el indicio es motivo de sentencia popular. Hay una lista interminable de casos en los que solo ha bastado  un posteo de Facebook para que todos griten con voz de condena. La reputación es muy frágil en las redes. Miles de personas; incluidos periodistas, políticos y otros líderes de opinión; rebotan noticias sin confirmación y hacen ecos a denuncias que ni siquiera han tenido opción de descargo. Si seguimos así mejor que cierren el: el Twitter tiene más jueces que el Palacio de Justicia.