Reconstruir, por José Ugaz
Reconstruir, por José Ugaz
José Ugaz

La destrucción generada por este falso niño –que resultó más devastador que el original– nos obliga, ahora que está amenguando el fenómeno, a pensar en lo que corresponde hacer una vez que se vaya del todo. Aunque la dimensión de la crisis es enorme, precisamente por su magnitud y la estela de damnificados que deja tras de sí, es importante saber a qué se refieren las autoridades cuando hablan de reconstrucción. 

Siendo un fenómeno recurrente, sería un grave error pensar que la reconstrucción se debe circunscribir a lo que hemos hecho siempre: levantar nuevamente las viviendas, descolmatar los ríos, aumentar las defensas ribereñas y esperar un nuevo desastre diez años más tarde. Mientras tanto, autoridades complacientes, incapaces o corruptas, coludidas muchas veces con traficantes de la necesidad humana, seguirán permitiendo o alentando el asentamiento de poblaciones en lugares críticos y vulnerables. Persistir en el error nos condenará a la repetición. El problema es estructural y no se resolverá con medidas coyunturales o cosméticas.

Paradójicamente, tamaña desgracia abre la posibilidad de reconstruir de verdad implementando soluciones definitivas. Es indispensable la planificación urbana para reubicar las poblaciones vulnerables en zonas no inundables o arrasables por los huaicos. Hay que buscar a los mejores expertos que apliquen la tecnología disponible en el mundo moderno para construir sistemas preventivos de defensa de ríos y riadas para desarrollar alternativas sostenibles aprovechando experiencias como las de Holanda o New Orleans luego del Katrina. Ya es tiempo de poner en práctica la resiliencia del pueblo peruano y demostrar que somos capaces de convertir esta calamidad en una oportunidad para salir de la improvisación, la informalidad y el presentismo.

Algo similar ocurre con el otro desastre, esta vez no natural, que nos ha impactado severamente poco tiempo antes de El Niño costero. Me refiero a la dimensión de la gran corrupción que nos aqueja y que nos fue enrostrada por el

Cuando se empezó a desnudar esta tremenda trama corrupta, algunos predijimos que una vez terminara de aparecer la información, se producirían los efectos de un terremoto de grado nueve. Nos equivocamos en el lenguaje, debimos decir que cuando fluya la información como quebrada activada, sufriríamos los efectos de un diluvio universal con inundaciones sin control. Metáforas aparte, no hay duda de que la devastación económica, política y moral que genera la corrupción en el Perú es tan o más perjudicial que la de los desastres naturales que hoy sufrimos. 

Cuando vemos a presidentes de la República, ministros, viceministros, empresarios de alto nivel, profesionales, líderes políticos y sus partidos, involucrados como actores del carnaval de corrupción, advertimos la extensión del daño. La pérdida de la confianza, el desprecio por el bien común, la inestabilidad política, el impacto en infraestructura vital, la reducción del PBI y el crecimiento económico, han dejado a millones de peruanos damnificados. ¡Cuánta falta nos hace en este momento el dinero que nos robaron para enfrentar los embates de la naturaleza!  

Entonces, cabe preguntarse también, ¿cómo vamos a enfrentar la reconstrucción que requiere el país después de la crisis creada por la corrupción de Lava Jato? Al igual que el fenómeno de El Niño, el problema de la corrupción en el Perú no es episódico, es recurrente, estructural y sistémico. Por tanto, la reconstrucción del país en términos de integridad tampoco puede ser coyuntural o cosmética. Hay que convertir esta crisis de corrupción en una oportunidad sostenible que vaya más allá de leyes aisladas o discursos retóricos. Es necesario evaluar las causas, aprovechar experiencias exitosas comparadas y diseñar una estrategia nacional integral que enfrente cada uno de los problemas que han hecho posible la captura del Estado por redes corruptas.

Fallaron el sistema político y los partidos, no funcionaron los mecanismos e instituciones de control, colapsaron los procesos de compras e inversión pública, cedió por activo o por pasivo el sector privado, escaseó la transparencia, fue complaciente la ciudadanía… y hoy, por todo eso, estamos inundados, con el agua hasta el cuello de inmoralidad.

Ambas crisis nos presentan una oportunidad histórica para reconstruir el país sobre bases firmes que impidan que el daño se repita. Manos a la obra. Y como ya han señalado algunos analistas, no podemos darnos el lujo de olvidar, ni a las víctimas, ni a los responsables.