Recuerde estos nombres…, por Hugo Coya
Recuerde estos nombres…, por Hugo Coya
Hugo Coya

Luis Juan Montalvo Heredia y Jesús Carmelo Aguirre Salguedo. Recuerde bien estos nombres cuando quiera enseñarles a sus hijos, amigos, vecinos o quienesquiera el verdadero sentido de la palabra héroe. Recuerde bien estos nombres cuando rememore, en el futuro, estos tiempos de podredumbre revelada, de destapes de uno de los mayores escándalos de corrupción en la historia del Perú.

Recuerde bien estos nombres cuando se pretenda insinuar que los peruanos ya no somos capaces de gestos heroicos o se tope con aquel que sostenga que el heroísmo es una palabra desgastada y que solo debemos reservarla apenas a Francisco Bolognesi, Miguel Grau o quienes lucharon en una guerra. Recuerde bien estos nombres cuando se pretenda emplear las generalizaciones para justificar las cochinadas que hicieron algunos en el pasado o que cometerán en el futuro.

Recuerde bien estos nombres cada vez que lea el titular de un diario, escuche en la radio o vea en la televisión que se revelan más detalles sobre cómo ciertos miserables y sus cómplices se adueñaron de ideales nobles como la democracia, la libertad y la justicia, engañaron a sus votantes y transformaron sus carreras políticas en un asqueroso muladar para llenarse los bolsillos con dinero mal habido. Los nombres de Luis Montalvo y Jesús Aguirre le proporcionarán el oxígeno suficiente para no ahogarse en el mal olor que sale de esas noticias, evitar las arcadas que conducen al vómito y así reconciliarse con el país y el resto de la raza humana. ¿Por qué no?

Luis Montalvo y Jesús Aguirre podrían estar ahora vivos. Como cualquiera que esté leyendo esta columna, podrían estar, quizás, al lado de sus familias. Tal vez disfrutando de un día de verano en la playa. Tal vez haciendo planes para salir a bailar con amigos esta noche. Tal vez verían a sus hijos crecer y, con suerte, conocerían a sus nietos. Tal vez estarían planeando sus próximas vacaciones.

Luis o ‘Chuchu’, como lo llamaban algunos de sus allegados, estaría celebrando hoy su cumpleaños número 43, que es, precisamente, hoy sábado 18 de febrero. Sus familiares y pacientes agradecidos lo estarían colmando de llamadas de felicitación, de regalos. Pero, ahora, él y Jesús están muertos.

Luis Montalvo Heredia era el médico encargado de la Micro Red Ricardo Palma. Él y su chofer Jesús Aguirre Salguedo perdieron la vida cuando un río de lodo y piedras cayó desde lo alto de un cerro y arrastró la ambulancia en que viajaban al fondo de un barranco de trescientos metros. Habían salido apenas una hora y media antes desde su base y apresuraban el paso para evitar llegar al caer la noche a fin de unirse a sus colegas en la tarea de ayudar a los damnificados por las lluvias en el centro de salud de Santiago de Tuna en Huarochirí.

Ni siquiera estaban obligados a acudir a ese llamado de urgencia porque a Luis le tocaba ser, ese día, el jefe de guardia y Jesús estaba a punto de cumplir su turno. Podían ir otros o aguardar la llegada de sus demás compañeros. Quizás ellos no serían protagonistas de este infausto hecho ni de estas líneas.

Desde que el clima se volvió inclemente, ambos participaron en la atención de numerosas emergencias. Luis usaba su celular y compartía con sus contactos su labor. Un par de semanas antes de su último viaje, ambos estuvieron en Santa Eulalia para socorrer a quienes resultaron heridos o que lo perdieron todo por el huaico que cayó en la zona el 16 de enero.

Al ser uno de los primeros miembros del equipo de auxilio en llegar al lugar, el médico transmitió por WhatsApp los devastadores efectos del desastre natural en la zona de Buenos Aires, cuyas imágenes quizás usted haya visto porque fueron usadas por algunos canales de televisión para graficar la tragedia.

Luis era también aficionado a las carreras y a los autos areneros. Participó con su vehículo Joyner SV1100 en algunas competencias, ganó algunos premios y su pericia al frente del timón mereció discretos espacios en la prensa deportiva.

Sin embargo, el 2 de febrero concitó la atención nacional, aunque, paradójicamente, esa deferencia a su trabajo como médico de una zona apartada y la de su modesto conductor solo ocurriría el último día que estarían en este mundo. La vida puede ser cruel, injusta, peor aun con los héroes de carne y hueso que no tienen monumentos en las plazas ni sus nombres figuran en las avenidas.

En la víspera de esta tragedia, Luis había tomado con su celular una fotografía que algunos consideran premonitoria, donde se puede apreciar un cerro con unas nubes negras que presagiaban una intensa lluvia, y la colgó en su cuenta de Facebook con la inscripción: “De camino al cielo”. Hoy esa fotografía se ha llenado de mensajes de dolor por su partida tanto de sus familiares, amigos y de otros que lo descubrieron apenas por la prensa.

Recuerde, pues, los nombres de Luis Montalvo Heredia y Jesús Aguirre Salguedo cuando le aseguren que las personas decentes lo son apenas hasta que tienen la oportunidad de dejar de serlo o que abandonarán esa condición cuando crean que no serán descubiertos. Los buenos no tienen que renunciar a su condición porque existan esos otros.

Recuerde a Luis y Jesús cuando se quiera, a la luz de aquello que se va descubriendo con el Caso Odebrecht, atribuirle cierto grado de verosimilitud o verdad a la historia de Gyges, contada por Platón hace dos mil quinientos años. Esa leyenda mitológica del pastor inocente que, tras una tormenta y un terremoto, encuentra un anillo mágico que lo tornaba invisible y cuyos poderes emplea para seducir a la reina, matar al rey y quedarse con el reino, transformándose en un monstruo corrupto e implacable ante la imposibilidad de que alguien lo vea o descubra.

La multitud en este país está formada por millones de rostros anónimos, por personas que, sin necesidad de salir en una portada, lucirse en una foto o postular a algún cargo público, rechazan los actos ilícitos, que no participan en algún conciliábulo y llevan una vida decente y abnegada cada día.

Recuerde a Luis y Jesús porque ellos representan también a todos los peruanos que no aparecen ni aparecerán en las noticias, que se levantan cada mañana para estudiar o trabajar, que viven honradamente, que ayudan al desvalido en medio de la adversidad, que curan al enfermo sin esperar recompensa, que dan limosna sin recibir una medalla, que cumplen las reglas y duermen con la conciencia tranquila, que nunca recibirán el centavo de una coima y que salen a votar cada cinco años con la esperanza de un país mejor, libre de corrupción.