(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)

Como nunca en la historia de nuestro país la reforma política ha ocupado un lugar importante en la agenda pública. Era ya insostenible la forma como se deterioraba la representación política y las instituciones. El importante crecimiento económico de inicios del siglo no fue acompañado por la mejora de la política, sino que esta se convirtió en un lastre que impidió que los beneficios de dicho crecimiento pudieran extenderse y mantenerse en el tiempo.

Se debían cambiar de manera sustantiva las reglas de juego de acceso y administración del poder. Sin embargo, esto que era una necesidad imperiosa, chocaba con la élite política que era encargada, justamente, de aprobar dichos cambios. Era lógico, no hay mayor resistencia a una reforma política que la de los propios políticos, pues las variaciones en las reglas de juego afectan la dinámica en la que han nacido.

No obstante, son claras las limitaciones de un enfoque centrado solamente en reformas legales. Está de más decir que para cambiar el sistema político no basta con reformas normativas, sino que se requieren cambios en la conducta de nuestros representantes, un mayor compromiso e involucramiento de los ciudadanos, mejorar los modelos de gestión pública, así como los de medidas que fortalezcan las dependencias gubernamentales encargadas de hacer cumplir de manera efectiva las leyes aprobadas. Así lo señalábamos en el informe de la Comisión de Alto Nivel para la Reforma Política (CANRP).

En efecto, las modificaciones en las normas no cambian como por arte de magia la política. Creer eso sería ingenuo. Sin embargo, un nuevo juego de reglas sí puede encaminar de mejor manera el acceso al poder y las relaciones entre los actores políticos. Las reglas presentes estaban llenas de incentivos para el ingreso y participación de personas carentes de experiencia y, en muchos casos, con deseos de hacerse de los beneficios materiales y del estatus que proporciona la representación, cuando no de ser portadores de intereses corruptos.

Nunca se entendió que el paquete de reformas que se debatió en el Congreso, si bien ambicioso, era realista, viable e integral. En consecuencia, la reforma debía discutirse como un todo, así fuera necesario aprobar doce normas específicas, tanto de alcance constitucional como legal. Lo que no se entendió fue que la suma de las normas no hacen necesariamente la reforma política. Peor aún cuando varias de ellas fueron parcialmente aprobadas y otras desfiguradas. Todo esto porque el llamado paquete de reformas tenía efectos generales en el sistema político y efectos precisos en diversos campos, pero alineados en la misma dirección. Tomar algunas normas por separado y despellejar sus artículos, lo único que produce son efectos mediatizados y otros no deseados.

De esta manera, la continuidad y relación entre las propuestas normativas sobre la inscripción y cancelación de partidos, democracia interna y financiamiento de agrupaciones, al lado de lo referido a la gobernabilidad, que incluía bicameralidad, relaciones Ejecutivo y Legislativo, funciones, origen del mandato, tipo y número de las circunscripciones y las referidas a la representación subnacional, tenían una lógica interna que se tenía que entender. No se entendió.

De esta manera, si bien hay normas aprobadas que mejoran algunos aspectos de la representación, no hay nada que indique que las cosas van a cambiar sustantivamente en el 2021. Contra lo que se quería, proliferan los partidos, pero no hay nuevos que hayan ingresado y oxigenado el sistema. El perverso círculo de partidos sin candidatos y candidatos sin partidos, que ahora se juntan pero mañana se separaran, persistirá. En medio, una voragine de candidatos sueltos a la caza del voto preferencial, gastando lo que no tienen, pero hipotecándose a quienes tienen dinero, para componer un Parlamento que puede repetir a los ya conocidos. Nos expondremos a un nuevo Gobierno que podría tener problemas para gobernar como los de este lustro, desarrollando una relación tóxica entre poderes donde sus armas letales de vacancia presidencial y disolución del Congreso, estarán persentes como cuchillos en los dientes. La reforma política llegó a su fin, por ahora. Sigue siendo una tarea pendiente.


*Presidió la Comisión de Alto Nivel para la Reforma Política.