Omar Awapara

En medio de una coyuntura que no da tregua, existe el diagnóstico, correcto a mi entender, de que la crisis política no acabará con una eventual salida de Pedro Castillo y la convocatoria a nuevas elecciones. Los comicios del año pasado ya demostraron que existen problemas más profundos que requieren de cambios significativos en diversos aspectos del quehacer político.

De manera sorprendente, al parecer existe cierto consenso dentro del Parlamento actual en torno a alguna de esas . Una de ellas es el retorno al , o volver a tener una cámara (alta) de Senadores en adición a una cámara (baja) de Diputados. Aunque con algunas variaciones, esta reforma ha sido propuesta por congresistas de diversas bancadas, que han sido recogidas en un predictamen aprobado ayer en la Comisión de Constitución.

Este punto es importante porque, al ser una reforma constitucional, esta debe ser aprobada en dos legislaturas ordinarias sucesivas por dos tercios del pleno, lo que representa una valla bastante alta, aunque a tiro de piedra a decir del ánimo en el Parlamento. La aprobación entre congresistas contrasta obviamente con los resultados del referéndum de diciembre del 2018, cuando más del 90% de los electores rechazó un retorno a la bicameralidad. No obstante, es necesario señalar que fue un número exagerado por el proceso político de entonces ya que, según diversas encuestas, el apoyo al retorno del Senado está próximo al 50% de los sondeados.

Considero que hay razones de peso para justificar un retorno al bicameralismo, pero también motivos para ser crítico o al menos escéptico respecto a sus alcances. En un grupo de trabajo plural sobre reforma política que lidera Milagros Campos con el apoyo del CIES se han identificado diversas virtudes, como la posibilidad de contar con una representación de intereses distintos, fortalecer los pesos y contrapesos al introducir una segunda cámara en el Parlamento, mejorar la calidad legislativa como resultado de una mayor deliberación y revisión, y ofrecer mayor estabilidad en los resultados legislativos.

Como podemos ver, hay argumentos que hacen énfasis en la calidad de la representación y otros que destacan el proceso legislativo y la gobernabilidad o estabilidad del sistema. Como ejemplo de lo primero se ubica la columna de Fernando Tuesta publicada ayer en estas páginas, quien recalca la necesidad de asegurar una representación adecuada en el diseño del nuevo Senado. Por mi lado, creo que la principal ventaja del bicameralismo, más allá del diseño que se siga para elegir a sus miembros, es bajarle un cambio a los ímpetus parlamentarios de tiempos recientes. En un reciente libro, el historiador Alan Knight recordaba la frase con que Anatole France describía la inestabilidad del parlamentarismo de la Tercera República francesa (“un pueblo tranquilo gobernado por legisladores inquietos”), y presiento que la incorporación de una cámara alta podría añadir algo de mesura y reflexión a la dinámica parlamentaria.

Nada impide, desde luego, que el comportamiento que vemos en un congreso unicameral simplemente se extienda a dos cámaras. En cierta forma, es un cambio de cancha, quizás con mejoras condiciones de juego, pero con los mismos equipos participando. Como en otras reformas, hay que estar también atentos al contexto y a los incentivos de los actores, así como a variables e interacciones sistémicas (no en vano, Giovanni Sartori hablaba, en uno de sus libros más famosos, de la ingeniería institucional comparada, al tiempo que destacaba sus límites). El bicameralismo, así como otras reformas interesantes, es una corrección bienvenida, pero hay aún mucho por hacer por mejorar la representación política. Continúo con esto la próxima semana.

Omar Awapara Director de la carrera de Ciencias Políticas de la UPC