Tiendas en una calle del departamento de La Libertad cerradas por el estado de emergencia, el pasado 21 de marzo.
Tiendas en una calle del departamento de La Libertad cerradas por el estado de emergencia, el pasado 21 de marzo.
Federico Salazar

La , sin medidas de reactivación, nos llevará a un escenario dramático y sumamente complicado para el país en los próximos años.

No es, por cierto, una ecuación fácil. La distancia social es la mejor herramienta para esta epidemia. El encierro, sin embargo, puede llevar la economía a niveles impensados.

No existe una disyuntiva entre economía y salud. Economía significa recursos. Sin economía, no hay salud.

El desafío es estratégico. Cómo hacer que la economía sobreviva, sin que muera gente. Y si eso no es posible, cómo hacer para que sobreviva, y muera el menor número de personas posible.

Salvar la salud el día de hoy a costa de matar la economía mañana es absurdo. Es como decir: que hoy no mueran más de 500, para que mañana mueran dos millones.

Hablar de la vida de las personas es duro. Lamentablemente, esta pandemia nos ha puesto en esta situación. La situación no es culpa de nadie, pero tenemos que enfrentarla.

Si la economía no sobrevive, ¿quién paga la compra de pruebas, las camas hospitalarias, las mascarillas, el equipamiento y sueldo para médicos y enfermeros? ¿Quién paga el sueldo de policías y militares, quién paga los bonos y las canastas de víveres?

Hemos usado los ahorros y nos hemos endeudado. ¿Cómo vamos a reponer esos ahorros y cómo vamos a pagar esa deuda?

Por eso, “la economía” debe sobrevivir. Si no había otro camino que la extensión de la cuarentena, debió venir acompañada, al mismo tiempo, por medidas de reactivación.

El Perú es especial. Entre otras cosas, porque la gente subsistió y algunos salieron adelante al margen del orden formal.

El Estado no dio cabida en su orden legal a millones de personas. Esos millones de personas resolvieron por cuenta propia.

Ocuparon los arenales y luego los cerros, trabajaron de ambulantes, mototaxistas, taxistas, microbuseros. Trabajaron en talleres de confección en tiendas, fábricas, restaurantes.

Todo eso está cerrado y prohibido. Ellos comían y vivían del dinero que llevaban al día. Están, en teoría, encerrados . Cuarenta días.

La mayoría de estos millones de personas no ha recibido subsidio o canastas de víveres. Para los bonos se tuvo que usar padrones anteriores. Recién se están reelaborando con relación a la pandemia.

Los padrones, además, incluían a pobres y pobres extremos. No incluían a los que, con esfuerzo e imaginación, habían capeado la pobreza y tenían ingresos independientes.

El éxodo de los provincianos es un reflejo de esta realidad. No hay qué comer hace 40 días. La red familiar provinciana es una esperanza.

Hay para retornar a sus regiones. No hay, como es obvio, la logística ni la organización para recibirlos con resguardo epidemiológico. Esta grieta va a causar una segunda etapa de avance de la epidemia, en el interior del país.

Miles de personas no empadronadas ya iniciaron viaje desde las capitales de provincias. Varios cientos ya deben haber llegado a sus lugares de origen. Han ido a pie, en buses y en camiones.

En las estrategias del Gobierno no parece haberse contado con este componente peruano: el hogar con ingresos del día y las raíces provincianas.

No es la pobreza. Es la necesidad y el instinto de supervivencia familiar.

No es la pobreza: es gente que trabaja, pero a la que la epidemia le ha impedido trabajar.

El que no come porque está atado de manos no es un pobre, es un rehén.

Las autoridades no deben buscar la cuadratura del círculo. No deben buscar el aplauso de lo que es políticamente correcto. Deben decidir sobre el futuro de estos millones de personas.

Vemos la contabilidad diaria de los fallecidos por , hoy. No debemos dejar de ver a los fallecidos por otras enfermedades, mañana.

El problema peruano requiere una fórmula peruana. No hay atisbos, por ahora, de algo así. Es absolutamente necesario para reducir el tremendo impacto que tendrán la epidemia combinada con la crisis económica.

Lo peor es culpar a la población. No es la indisciplina el problema, es el desconocimiento del Perú.


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