La revolución silenciosa, por Alfredo Torres
La revolución silenciosa, por Alfredo Torres
Alfredo Torres

A la prensa internacional le encantan los acrónimos de países. Uno de los más populares fue BRICS, el conjunto de países emergentes que por un tiempo fueron de alto crecimiento: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Luego se habló de los PIGS para referirse a los países que más sufrieron la crisis europea: Portugal, Italia, Grecia y España. Más recientemente se acuñó el MINT para referirse a países con mucha población joven: México, Indonesia, Nigeria y Turquía. En América Latina, en cambio, han gustado más los acrónimos institucionales como el Área para el Libre Comercio de las Américas (ALCA) o la Alianza Bolivariana para América (ALBA).

El ALCA fue una iniciativa del Gobierno Estadounidense que aspiraba a integrar al continente alrededor del libre comercio. Se inició en 1994 y murió en la Cumbre de las Américas del 2005, cuando al grito de “Alca, alca… al carajo” el entonces presidente venezolano Hugo Chávez rechazó la propuesta y lanzó el ALBA. 

La organización apadrinada por Chávez trabajó de cerca con la Cuba de los Castro, el Brasil de Lula y Rousseff y la Argentina de los Kirchner para presentar un modelo de desarrollo alternativo. Una década después, el ALBA va rumbo a su desaparición y el acuerdo de integración más exitoso de la región es la Alianza del Pacífico, que podría bien llamarse ALPA. La alianza creada por iniciativa peruana a principios del 2011 la integran Chile, el Perú, Colombia y México, los países a los que mejor les ha ido en los últimos lustros.

El ocaso del ALBA ha ido de la mano con la crisis terminal de los dos modelos políticos de izquierda que sedujeron a la región en la última década: Brasil y Venezuela. Su popularidad era la consecuencia lógica de la demanda por populismo que ha caracterizado por mucho tiempo al electorado latinoamericano. La idea era muy simple, aprovechar los altos precios del petróleo y otras materias primas para ganar respaldo popular a través de obras públicas y generosos programas sociales. Lo que era menos evidente era la corrupción que venía asociada a muchas de estas obras y programas.  

Gracias a un conjunto valeroso de jueces y fiscales brasileños, la corrupción se ha destapado y esta semana es probable que Dilma Rousseff sea separada definitivamente de la presidencia de Brasil y ya la policía federal de ese país acaba de acusar al mítico Luiz Inácio Lula da Silva de haberse beneficiado de la corrupción de Petrobras. En Venezuela, entre tanto, la oposición viene luchando por la convocatoria a un referéndum revocatorio con el apoyo de la comunidad internacional espantada por la profundidad de la crisis causada por la demagogia de Chávez y Maduro. Lamentablemente, a diferencia del más institucionalizado Brasil, el régimen bolivariano pretende aferrarse al poder a costa de la hambruna de sus compatriotas.

El fracaso de los modelos brasileño y venezolano está llevando a la región a una paulatina derechización.  En la encuesta Latinobarómetro de los últimos tres años se ha visto un incremento de la población que se define de derecha y una caída en la proporción de quienes se definen de izquierda. Los resultados preliminares de la encuesta de este año, que se conocerá en una semana, confirman esta tendencia. 

La derechización de América Latina no es masiva pero sí ha hecho posible el triunfo de Mauricio Macri en Argentina –Cristina Fernández de Kirchner también hundió a su país en la inflación y la corrupción– y de Pedro Pablo Kuczynski en el Perú. Es probable que la saga continúe con el retorno de Sebastián Piñera a Chile en las elecciones del 2017, luego de la frustración que ha representado el gobierno de Michelle Bachelet.

Los otros dos países de la Alianza del Pacífico, Colombia y México, tienen elecciones recién en el 2018, así que es difícil pronosticar, pero nadie espera un giro hacia la izquierda. Por el contrario, entre los favoritos se encuentran el actual vicepresidente Germán Vargas Lleras en Colombia; y, Margarita Zavala, esposa del ex presidente Felipe Calderón, del liberal Partido de Acción Nacional PAN en México.  

Los próximos años serán difíciles en el contexto internacional, pero es una buena noticia el creciente consenso sobre “la vigencia del Estado de derecho, de la democracia, del orden constitucional y del libre mercado” como establece la Alianza del Pacífico en sus objetivos. 

La revolución que América Latina necesita es, en realidad, una revolución silenciosa: se trata de hacer las reformas necesarias para contar con un sector privado que pueda competir mejor en el mundo y un Estado más eficaz que pueda brindar mejores servicios públicos a cada ciudadano. Que así sea.