(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Alonso Cueto

El último libro de , “Sálvese quien pueda” (Debate), ofrece conclusiones que pueden ser reconfortantes o escalofriantes, según se mire. Una investigación de la Universidad de Oxford afirma que, dentro de un lapso que puede ser de 20 años, el 47% de los trabajos que conocemos podrían estar a cargo de a nuestro servicio. Diseñados especialmente para la ocasión, los robots podrán atendernos como camareros en restaurantes, choferes que nos llevan al aeropuerto, y empleados domésticos a cargo del servicio de la limpieza y el orden. Ya se sabe que hay algunos robots que funcionan como chefs y que son capaces de dar clases y conferencias ilustrativas (como la llamada Sophia Hanson), aunque no puedan contestar siempre a las preguntas de sus interlocutores. Y la lista podría seguir.

Oppenheimer cuenta que en una visita reciente a un centro de Silicon Valley se encontró con un vendedor robot: un ser que parecía una torre blanca con cámaras a ambos lados y un sensor en la que podría ser la cabeza. “¿Lo puedo ayudar en algo?”, le preguntó el artefacto. “Sí, estoy buscando un foco de luz”, le contestó Oppenheimer, “¿puede ayudarme a encontrarlo?”. “Sí, por supuesto”, contestó amablemente el aparato y lo llevó a la fila de la tienda que correspondía.

Al igual que ocurrió con las computadoras, los hijos de ese robot seguramente serán más finos y más parecidos a nosotros. Según señala Oppenheimer, los robots existen hace 60 años y no solo con forma humana. Alguien me contó hace poco que había estado en un hotel en Tokio donde había visto un acuario con peces dorados enormes. Iban de un lado a otro, a veces se tocaban la boca y seguían deambulando por el espacio iluminado. “Qué lindo el acuario”, le comentó al encargado en la conserjería. “Son todos robots”, le contestó este, “son más baratos, no tenemos que alimentarlos”.

Aunque todas las fuentes de Oppenheimer coinciden en que el mundo de la robotización es inminente, los grados varían. Algunos señalan que los robots se apoderarán del 50% de los trabajos. Otros, que no más del 5%. Muchos concluyen que, en algunos centros de trabajo, seres humanos y robots podrían trabajar codo a codo, como colegas. Una predicción de Vernor Vinge y Ray Kurzweil, citada por Oppenheimer, señala que en pocas décadas, la superará a la inteligencia humana. Ya lo habían previsto Stanley Kubrick y Arthur Clarke con la computadora HAL (aludiendo a IBM), que es asesinada por los astronautas de la nave espacial en la película “2001”, no sin antes entonar una canción de amor.

Me pregunto si la idea de un mundo robotizado no se aplicaría también a la política. Algunos robots podrían presentarse como candidatos al Congreso peruano, por ejemplo. Cada compañía podría fabricar un robot anunciando sus cualidades: honestidad, trabajo, compromiso. En ese sentido, las empresas que postulan a sus robots al Congreso (o a la presidencia, por qué no) podrían competir y a lo mejor las cosas irían mejor para todos. También podrían fabricarse robots para jugar al fútbol con otras características de acuerdo con cada puesto: seguridad en la zaga, rapidez y olfato de gol en el ataque. En el terreno del amor, podría haber parejas ejemplares en busca de cónyuges que las compraran y se casaran con ellas o con ellos, siguiendo la propaganda de las empresas constructoras. Crearemos a los monstruos que nos reemplacen y algún día, cuando nos desconecten, a lo mejor seremos nosotros quienes cantemos la última canción. Mientras tanto, resistiremos.