"Más que celebraciones ruidosas o triunfalistas, requerimos repensar nuestras categorías y mitos históricos". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Más que celebraciones ruidosas o triunfalistas, requerimos repensar nuestras categorías y mitos históricos". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Ramón Mujica

en el 2021 se conmemorará el bicentenario de la independencia del Perú. A diferencia de las polémicas celebraciones por los quinientos años del “descubrimiento” del Nuevo Mundo (1492-1992), ahora no debería haber lugar para sangrientos debates.

Recordemos: el quinto centenario celebraba la así llamada “invasión española” de América en el siglo XVI. A raíz de ello, los historiadores hispanoamericanos de ambos lados del continente quedaron enfrentados unos a otros. Por el lado de los intelectuales “indigenistas”, ellos expresaron su fastidio ante una festividad que les parecía de mal gusto.

Nuestro bicentenario rememora el inicio fundacional de la república como nación independiente. Pese a la importancia épica de este momento histórico, el siglo XIX es un hueso duro de roer. Y más que celebraciones ruidosas o triunfalistas, requerimos repensar nuestras categorías y mitos históricos.

Los próceres redujeron la voz ‘colonial’ a un sinónimo de opresión y esclavitud. En este período solo sonó –por citar una estrofa hoy suprimida de nuestro himno nacional– “el estruendo de broncas cadenas que escucharon tres siglos de horror”. Sin embargo, en términos históricos, la esclavitud del negro y la supresión del tributo indígena recién llegaron en 1854.

Por otro lado, los virreinatos americanos –con su legislación propia– nunca fueron “colonias” sino reinos. Según Annick Lempérière, el estatuto de “colonial” fue un mito creado y difundido por los propios criollos entre 1810 y 1820: “Los patriotas criollos renegaron de su pasado de colonizadores y colonos para hacer suya la condición de ‘colonizados’”.

Un himno patriótico, publicado en Lima en 1812, muestra cómo estos peruleros le cantaron llorosos a su lejana España cuando esta fue invadida por Napoleón. ¿Será este himno a la “Patria oprimida” hispana el antecedente literario del “Somos libres” de 1821? La historia es un proceso continuo y las revoluciones políticas no cambian las mentalidades de un día para otro.

En la temprana literatura insurgente criolla –pienso en nuestro himno nacional y otros escritos– España es el nuevo faraón y el Perú el nuevo Israel liberado de la esclavitud. La fuente intelectual: las Sagradas Escrituras y la escolástica medieval; no el ideario secular de la Revolución Francesa.

Los criollos utilizan el mismo vocabulario bíblico presente en los memoriales y reclamos indígenas dirigidos al rey. Si el monarca no cumple con el Evangelio, Dios le arrebataría a América.

Para el siglo XVIII, esta retórica religiosa cobra visos políticos revolucionarios. En 1740, Juan Santos Atahualpa se subleva con el apoyo de numerosos pueblos amazónicos. Luego se proclama inca rey y encarnación viviente de la Tercera Persona de la Trinidad: del Espíritu Santo. Lustros después, en 1780, Túpac Amaru le promete a los indios que si ellos mueren en batalla por su causa, sus cuerpos resucitarían al tercer día. El inca habla aquí como un nuevo mesías.

Los criollos no tardan en apropiarse de este imaginario virreinal inca ya cristianizado. El Congreso de Tucumán (1816) discute la posibilidad de restaurar una monarquía inca, apoyada por San Martín. El propio Bolívar habría querido coronarse rey del Perú.

Fuera ello cierto o no, cuando en 1825 Bolívar visita el Cusco, su efigie es simbólicamente colocada en el Coricancha. Y en su “Canto a la victoria de Junín” (1826), el poeta José Joaquín Olmedo exalta a Bolívar como sucesor y vengador de los incas: “Esta es la hora feliz. Desde aquí empieza la nueva edad al Inca prometida de libertad, de paz y de grandeza”. Bolívar, sin embargo, suprime los cacicazgos y funda una república criolla sin incas nobles ni indios.

A mediados del siglo XIX, un semanario limeño de caricaturas titulado “La Zamacueca Política” (1859) publica un sombrío balance de lo ocurrido en el Perú desde las “guerras de la independencia”. Se había instaurado un “gobierno militar” compuesto por catorce “generales presidentes”. Estos habían regentado a la nación por dieciséis períodos “y en cada gobierno militar se ha sacrificado a miles de peruanos engañándolos con promesas de libertad […]”. En el mar de fondo al bicentenario de la independencia: se vislumbra un virreinato precursor menos oscuro y una república menos luminosa.