San Marcos el suertudo, por Diego Macera
San Marcos el suertudo, por Diego Macera
Diego Macera

La Universidad de San Marcos no siempre fue de San Marcos. En la octava y última serie de sus “Tradiciones peruanas”, Ricardo Palma reseña con humor el conflicto de finales del siglo XVI entre quienes disputaban la elección del santo patrono para la entonces Real y Pontificia Universidad de Lima. Mientras que los teólogos apoyaban a Santo Tomás y los abogados a San Bernardo, los médicos argüían que San Cipriano era la opción lógica. El desacuerdo no era menor; de alguna manera estaba en juego nada menos que la esencia de la gran universidad del continente.

Siglos después, la esencia de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) en particular vuelve a entrar en debate. Hace una semana, estudiantes, docentes y trabajadores tomaron el campus universitario en protesta por medidas como el aumento en el cobro del aporte voluntario estudiantil, el pago por el uso de instalaciones deportivas, el encarecimiento del carnet universitario, entre otras, que atentan –dicen los estudiantes– contra la esencia de la gratuidad de la enseñanza en la universidad pública.

Más allá de la condena a las formas violentas e injustificables de protesta, sí hay algo de razón en la queja sanmarquina. Para alumnos pobres, los S/120 de aporte “voluntario” para el laboratorio de ingeniería pueden ser un mundo. ¿Deben entonces los contribuyentes de todo el Perú financiar por completo el laboratorio para los futuros ingenieros sanmarquinos, de manera que estos no paguen nada por él? Aquí la respuesta no es tan fácil.

En primer lugar, es justo reconocer que el retorno social de la educación superior es mucho menor al retorno social de la educación básica o inicial. En otras palabras, si se trata de mejorar la calidad de vida y las capacidades de la población con impuestos, la evidencia sugiere que un sol del presupuesto invertido en programas para la primera infancia como Cuna Más, o en las capacidades de docentes de primaria, tiene más impacto que el mismo sol invertido en la UNMSM. ¿Qué podemos invertir en los dos objetivos al mismo tiempo? Por supuesto, pero todo sale siempre del mismo bolsillo limitado. A diferencia de los universitarios, la nula presión política y mediática que pueden ejercer los pequeños usuarios directos de Cuna Más ayuda a pasar por alto este hecho. Este año, el presupuesto para educación superior fue 12 veces el de Cuna Más.

Si se desea, de todos modos, subsidiar la educación superior, quizá haya dos maneras más eficientes que el sistema actual. Una primera opción es introducir un esquema de escalas progresivas de pago en función a la capacidad económica del alumno y su familia. No hay motivo –moral ni económico– para que un estudiante en capacidad de financiar su propia educación (aunque sea parcialmente) lo haga a costa de los contribuyentes. Más aún, los recursos que se usan en este alumno son recursos que se dejan de utilizar en subsidiar a alguien que sí lo necesita. Los ingresos adicionales recaudados servirían para solventar la educación –y potencialmente la comida o transporte– de los alumnos más pobres.

La segunda opción, quizá complementaria, es multiplicar progresivamente la potencia e institucionalidad de un esquema de becas y préstamos subsidiados como el que tiene a su cargo Pronabec. En vez de financiar a las universidades públicas, el gobierno financiaría a los estudiantes que lo necesiten y merezcan para que estos a su vez elijan el centro de estudios –público o privado, pero siempre acreditado– que prefieran. Los préstamos universitarios tienen además como ventaja alinear los estudios con la demanda laboral (los egresados tienen que conseguir un trabajo para pagar la deuda) y crear la conciencia sobre el valor de la educación: a veces no se valora lo que se consigue gratis.

Cuenta Ricardo Palma que la elección de San Marcos como patrono de la universidad fue fruto del azar: un simple sorteo definió la disputa. En este siglo, quizá vaya siendo tiempo ya de que la suerte y la arbitrariedad sean reemplazadas por el mérito y la necesidad para definir quién paga y quién se beneficia de la esencia de la universidad pública nacional.