Sancochados, por Carlos Meléndez
Sancochados, por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

La gastronomía popular ha invadido la política. El sancochado es la receta de moda para disputar una segunda vuelta. Tanto Pedro Pablo Kuczynski –qué duda cabe– como Keiko Fujimori han preparado este platillo con los ingredientes al alcance de sus bolsillos. Kuczynski –quien nos ofreciera inicialmente un modesto aguadito– ha logrado aglutinar una suculenta mixtura de tecnócratas internacionales, políticos de trayectoria democrática y experimentados líderes regionales. Fujimori, por su parte, ha metido a la olla a su novel estructura orgánica, disolviéndola al fuego de maquinarias intermediadas por ‘brokers’, movimientos regionales pragmáticos, dirigencias sociales y poderes locales absorbidos por la “lumpen-burguesía” (Neira dixit). El sancochado de arriba y el sancochado de abajo, respectivamente.

Ambos carecen de oferta articulada, coherente y armónica para el país. El sancochado de arriba proyecta garantía de gobernabilidad apelando a la perpetuación del piloto automático. A pesar de la valía profesional de sus cuadros principales, es insuficiente el talento político para adelantar una reforma estatal a la altura del desafío. A diferencia de Paula Muñoz, creo que un gobierno ‘pepekausa’, tecnocrático, afianzaría la mediocre estabilidad que nos enloda desde hace varios gobiernos “reformistas”. Su estilo ‘top-down’ agravaría la conflictividad, agudizaría la desafección política y provocaría la radicalización social. Su gobernabilidad se vería limitada a los círculos tecnocráticos sin legitimidad popular.

El sancochado de abajo nos llevará al populismo (como atajo de representación política), con los peligros que supone la creciente penetración de actores ilegales en los sectores más informales. Las alianzas fabricadas por el “neo” fujimorismo para ganar al ‘anti-establishment’, pueden devenir en combinación explosiva. Fuerza Popular sufre los costos de su estrategia ‘bottom-up’, de meterse con poco criterio a los rincones más oscuros de la pirámide social. Traficantes de tierras que se hacen pasar por dirigentes populares, mafias locales que se erigen en medio de la ilegalidad y la informalidad, entre otros, pueden desbordar a un partido en formación. La amenaza a la gobernabilidad no radica en su mayoría parlamentaria, sino en el excesivo compromiso y empoderamiento de actores ‘anti-establish-ment’ con intereses particulares.

Para analizar la viabilidad de ambos proyectos, es recomendable ver el pasado reciente antes que remontarse al cliché de “los noventa” –cuya importancia es especialmente simbólica–. A diferencia de lo que sostienen algunos colegas, para mí la principal amenaza del fujimorismo no es la profundización del autoritarismo (ya vivimos democracia con estados de emergencia, periodistas asesinados, violaciones a los derechos humanos, represión policial contra protestas sociales), sino el empoderamiento –desde abajo– de actores ilegales infiltrados por el avasallante populismo que Fujimori atrae en sus recorridos. Del mismo modo, no veo talante reformista entre los ‘pepekausas’, sino endurecimiento del ‘path dependence’ de crecimiento económico sin desarrollo de instituciones políticas. Una combinación que anida el radicalismo que la propia derecha aborrece. ¿Cuál de estos sancochados prefiere evitar usted?