Sandra, por Pedro Suárez-Vértiz
Sandra, por Pedro Suárez-Vértiz
Pedro Suárez Vértiz

Deseo contarles una linda realidad, una vez más, de mi barrio querido. Quiero hablarles de una vecina muy simpática y a quien muchos conocen como la experta de la repostería. Ella es Sandra Plevisani. Vive a la espalda de mi casa y somos vecinos desde hace mucho. El año pasado, por el Día de la Madre, yo no tenía muchas ganas de ir a ningún lugar porque siempre hay mucha gente y quería almorzar tranquilo. Pero deseaba también pasear con mi familia.

A ellos les gusta mucho celebrar las fechas especiales. Durante la mañana envié mis saludos por Whatsapp a todas mis amigas madres e incluí a Sandra, a quien no veía hacía mucho. Quizá desde uno de esos domingos en que salía a caminar y a conversar con mi familia por las calles y un día, de una linda casa, salió una flaca altaza gritando: “¡Chicos, tengo varios postres que he estado haciendo y están buenazos, cáiganse más tarde!”. La escena parecía sacada de un comercial de televisión, pero no, ocurría de verdad. Tomábamos el té con ella y yo me ponía a tocar el piano o las congas con Ugo, su esposo. Le hacíamos realmente un paréntesis a la vida.

Pero dejé de ir al gimnasio –donde también entrenaba Sandra– por mi tema muscular y dejé de verla como antes. Entonces pasó el tiempo y le escribí solo para saludarla como mamá y me dijo: “Pedrito, ni a ti ni a mí nos gusta el alboroto. ¿Qué tal si se vienen a almorzar con nosotros a mi restaurante cuando pase todo el bolondrón?”. Obviamente acepté feliz. Pero justo antes de salir de mi casa –con mi familia, mi hermana y mi mamá– llegó a saludar la gemela de mi esposa con su esposo e hijos. La cantidad de invitados cambió, pero yo estaba dispuesto a pagar por ellos. Ni bien llegamos, ella me tenía un sitio listo para cuadrar mi auto en la puerta. Sentimos el gran cariño con el que atiende a sus amigos. Entramos y ocupamos una gran mesa junto a los Plevisani en pleno. Nos atendieron como reyes y efectivamente logramos lo que estábamos buscando: pasar un día en familia con grandes amigos, que también andaban en amorosa manada.

Estuvimos conversando con Ugo y sus hijas. Ni bien terminamos de almorzar –y muy satisfechos de haber compartido un reencuentro tan especial–, fue mágico oír a Sandra invitarnos a su casa por el postre, ¡el postre! Como en los viejos tiempos. No quiso que pagara un sol por mis invitados, a pesar de mi insistencia. Quedamos entonces en juntarnos en la puerta de su casa y así lo hicimos. Recuerden que yo estaba con toda mi familia, mi mamá, mi hermana y mi cuñada con todos los suyos. Sin embargo, fuimos todos.

Al llegar a su morada, les hizo un breve recorrido a nuestros parientes. Había esculturas y cuadros por todos lados. Nos llevó a su megacocina, que estaba repleta de accesorios para pastelería y mi esposa y cuñada no paraban de contemplar. Decidió en ese momento prepararnos no solo uno sino dos postres completos, nuevos y deliciosos. Verla prepararlos y decorarlos justo como lo hace en su programa fue un espectáculo para todos nosotros. Ella gentilmente lo hacía para mis invitados. Salimos felices, superatendidos. Fue una fecha especial para siempre recordar. Hace una semana mi hijo me dijo que le quería regalar un pie de pecanas a su enamorada por su cumpleaños, pero preparado por él. Y bueno, quién mejor que Sandra para darme la receta. Le mandé un mensaje para que me oriente y, sin pensarlo dos veces, le preparó uno a mi hijo, quien no podía creerlo. Hasta se organizó con él para dárselo ella personalmente como sorpresa a su enamorada. Así es Sandra, mi vecina. Cada vez que le escribo siempre termina impresionándome. Su nombre en mi celular es una caja de Pandora para mí.

Esta columna fue publicada el 9 de julio del 2016 en la revista Somos.