Santa Rosa
Santa Rosa
Ramón Mujica

Aunque nunca lo he mencionado, el manuscrito original de mi libro “Rosa limensis: mística, política e iconografía en torno a la patrona de América” (2001) fue “censurado” y “secuestrado” en Lima por casi un año. A pedido de un historiador ya fallecido, presenté mi texto original a un fondo editorial universitario. Pasaron meses sin noticia alguna y un amigo, especializado en conspiraciones políticas, me advirtió: “Es una trampa. Retira tu libro de inmediato. Tu libro ha sido secuestrado. Los editores buscarán supuestos errores teológicos o históricos para vetar tu publicación”. Fui a visitar al obispo auxiliar de Lima y con un par de llamadas identificó rápidamente al falso censor eclesiástico. Lo forzó a confesar el motivo de su mal proceder. En su defensa aseveró que el libro cometía un gravísimo “error teológico”: se “igualaba” y “comparaba” a (1586-1617) con la Madre de Dios, la Virgen de Guadalupe. La obra, además, pretendía “secularizar” su culto y convertirlo en un mero emblema político.

A decir verdad, el censor ni se había enterado de que “Rosa limensis” era una respuesta documentada a una polémica internacional sobre los orígenes religiosos del criollismo americano. Unos historiadores habían alegado que en el Perú virreinal nunca existió un ícono religioso unificador, análogo al de la Virgen de Guadalupe en México. Otros justificaban esta situación argumentando que la antigua rivalidad entre un Cusco aristocrático inca y una Lima criolla tenía a los blancos, indios, negros y mestizos polarizados entre dos ciudades antagónicas.

La reconocida investigadora mexicana Elisa Vargas Lugo fue más lejos. Aseveró que como “el criollo novohispano” era “más despierto políticamente que el criollo peruano”, Nueva España había sido la primera en identificar a Santa Rosa como blasón del criollismo americano. En el siglo XVII el culto a la Virgen de Guadalupe no estaba aún ‘autorizado’ por la Santa Sede y los mexicanos intuitivamente prefirieron volcar su encendido nacionalismo poblando los altares y fachadas de sus templos con las efigies de la santa peruana.

Un pequeño detalle: el culto a la limeña se originó en el Perú y no en México. El título mismo de su expediente de beatificación –aperturado en 1617– enfatiza que la “bendicta Soror Rosa de Santa María” era una “criolla desta ciudad de los reyes”. Sus reliquias y retrato pintado por Angelino Medoro fueron venerados en la iglesia de Santo Domingo al año siguiente de su muerte. Sus biógrafos describen el entierro multitudinario de la santa como un claro testimonio de que, en vida, Rosa ya era venerada como la primera santa criolla.

Para 1630, los poderosos criollos limeños ya organizaban “mascaradas con luminarias” en loor de su santa para promover su llegada a los altares. Y fue tal su influencia que se logró que fuese proclamada –cosa excepcional– patrona del Perú (1669), del Nuevo Mundo y las Filipinas (1670) antes de su canonización (1671). No con poca insolencia piadosa y patriótica, el clérigo de origen indígena Juan de Espinosa Medrano predicaba en el Cusco: “con este patrocinio compita Lima con Roma, que acá tenemos nuestra Rosa”.

En el siglo XVIII la nobleza inca incluso le adjudicó a Santa Rosa una profecía apócrifa relativa al retorno de un inca católico que restauraría el antiguo Tahuantinsuyo. El vaticinio se transmitió por vía de quipus desde la parroquia de San Cristóbal del Cusco hasta las alturas de Huarochirí. Así se explica que durante los levantamientos indígenas contra las reformas borbónicas, Santa Rosa fuese evocada en diversas arengas libertarias en defensa de los indios y los mestizos. Debió correr como pólvora una noticia secreta que el fraile criollo fray Gonzalo Tenorio –amigo de la santa– revelara en un sermón publicado en Madrid en 1670. Santa Rosa no era criolla sino mestiza, pues sus abuelos maternos eran indios puros. En todo caso, ya para 1816 el Congreso Independentista de Tucumán declaró a la santa limeña Patrona de la Independencia Americana; un dato a recordar en este año jubilar que conmemora los 400 años de su fallecimiento.