Hace unos días Betssy Chávez cruzó la puerta del Congreso con el celular en la oreja negándole la vista a los periodistas que le preguntaban por su papel en el golpe de Estado. Caminando hacia ninguna parte, intentó evadir los micrófonos con una mueca tan falsa como la llamada que decía atender. Y dominando el arte de hablar sin decir nada, esbozó una respuesta que la pintó por completo: “Soy respetuosa y se los digo con todo respeto, son sicarios de la información”. “Considero que son unos mermeleros”.

Ese es el nivel de quien fue primera ministra del Perú. Cortesía de . Solo a él se le podía ocurrir nombrar en ese cargo a alguien acusada de haber plagiado gran parte de su tesis, investigada por la fiscalía por tráfico de influencias y censurada como ministra de Trabajo por incapaz. Hoy, mientras se decide su suerte por los presuntos delitos de rebelión y conspiración, vale la pena reflexionar sobre los efectos del cinismo en la vida pública.

Hace algunos años Gonzalo Portocarrero analizaba en estas páginas a los políticos que repiten mentiras y se hacen los ofendidos. “El cinismo desafiante desmoraliza a la ciudadanía, pues hace visible que a través de perseverar en la mentira se puede lograr realizar los propios sueños aunque sean ilegales y de funestas consecuencias sociales. Una de las bases de la corrupción es el cinismo”, decía Portocarrero. En la misma línea, Carmen McEvoy señaló en este Diario que “la negación o distorsión de la realidad provoca un cúmulo de emociones, que van desde el asombro y la rabia pasando por la confusión, la amargura, la desilusión e incluso un bajón en la moral pública y privada”.

Es cierto que estos males están enquistados en nuestra política desde siempre. Basta prender el noticiero cualquier día. Pero lo que vivimos en el gobierno de Castillo alcanzó un nivel delirante. Que gente incompetente que encima manipula groseramente hechos haya llegado a cargos de tanta importancia es desolador. Ningún funcionario se sentía en la obligación de dar explicaciones. El negacionismo y la victimización más descarada se mezclaron con la demagogia populista del pueblo versus la élite. Ese discurso de división, de exacerbar el hartazgo, ha traído consecuencias terribles.

En el último Ránking de Confianza Global de Ipsos, el Perú es el país, de los 28 evaluados, en donde menos se confía en los políticos, funcionarios públicos, abogados y jueces. Ninguna sociedad puede avanzar cuando ese lazo está roto.

Pero felizmente la verdad siempre se abre paso y el periodismo es esencial en esa tarea. Por algo Betssy Chávez nos quiere tanto. El video donde se la ve coordinando el mensaje del golpe es un gran descubrimiento porque la desenmascaró por completo. Y así seguramente aparecerán más evidencias sobre Castillo y sus otros compinches. La buena noticia es que a todo mentiroso, en algún momento, se le acaba el cuento.

Juan Aurelio Arévalo Miró Quesada es director periodístico de El Comercio