El secuestro de la democracia, por Juan Paredes Castro
El secuestro de la democracia, por Juan Paredes Castro
Redacción EC

A Mario Vargas Llosa no debe sorprenderle nada de lo que ocurre hoy en Venezuela.

Conoce perfectamente la naturaleza autoritaria del régimen chavista, sus oscuros vínculos con la dictadura de los hermanos Fidel y Raúl Castro en Cuba, y su evolución, con Nicolás Maduro, hacia un sistema de corrupción política y de represión criminal jamás vista en ese país en muchos años.

Al Nobel de Literatura nadie tiene que contarle cuentos sobre Venezuela. Sin embargo, lo que él va descubriendo o confirmando, cada vez más, según los casos, son los cuentos de algunas democracias  latinoamericanas, tan amantes de las libertades y del voto popular hasta llegado el momento en que esos mismos pilares caen en manos autoritarias para pasar a sostener otros proyectos como el cambio de reglas constitucionales, el reeleccionismo y el continuismo en el poder.

La presencia en Lima de la diputada María Corina Machado, víctima de la represión de Maduro, abrió una nueva ventana a la triste constatación de que en la defensa de las democracias en la región no hay gobiernos, entre ellos el peruano, que quieran jugarse enteros ni siquiera la mitad del pellejo.

Peor aun la OEA, que vive del ridículo de sus propias insalvables limitaciones.

Es tan consciente MVLL del peligroso contexto de impotencia, que llama la atención sobre la debilidad e incapacidad de los gobiernos latinoamericanos, y la OEA, para impedir que la democracia, las libertades y los derechos humanos por los que votaron los venezolanos una y otra vez en los últimos años, acaben secuestrados y violentados por la estructura de poder de Maduro.

Vargas Llosa alude en su llamado, aunque sin nombrarlo, al gobierno de Ollanta Humala, del cual es garante, con una evidente doble preocupación: que el Perú aparezca cada vez más, en el escenario político y diplomático regional, como una pieza más del andamiaje chavista; y que la respuesta a ello no sea otra que las hipotecas de campaña electoral que Maduro aprendió a cobrar cada cierto tiempo, como cuando obligó a Humala a sacar a Rafael Roncagliolo de la cancillería.

Si Humala tiene los reflejos bien puestos comprenderá que no tiene en MVLL a un garante de por vida e incondicional y que el mensaje de este a la región, en defensa de la lucha por la democracia en Venezuela, podría no ocultar, en el fondo, su temor de que aquí también la intolerancia del gobierno, principalmente frente a la prensa independiente crítica, nos lleve  a arrebatos autoritarios de impredecibles consecuencias.

Al hablar de democracias secuestradas, así, en plural, queremos referirnos a todas en las que sus sistemas de delegación de poder (voto ciudadano libre) son manipulados y distorsionados hasta convertirse en instrumentos de autocracias como en Ecuador, Nicaragua y Bolivia o dictaduras desembozadas como en Venezuela.

Pero nada contribuye tanto a conservar y legitimar esos grotescos disfraces como los mecanismos hipócritas inventados por la diplomacia regional: la Carta Democrática de la OEA o las cumbres de la Unión de Naciones Sudamericanas.8