(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Santiago Roncagliolo

Así, a primera vista, las dos nuevas series de Netflix, “Alias, Grace” e “Easy” no tienen nada en común: un drama histórico y una serie intimista. Una crónica del Canadá de 1800 y un retrato de las relaciones contemporáneas. Un (más o menos) ‘thriller’ y una (más o menos) comedia. Y sin embargo, a pesar de sus diferencias, ambas producciones giran en torno al mismo núcleo: el sexo. En particular, lo que las mujeres han hecho con el sexo... O él con ellas. Verlas una tras otra permite entender los cambios del estatus femenino en los últimos dos siglos.

En el siglo XIX de “Alias, Grace”, las mujeres viven encadenadas a sus vaginas, especialmente si, como la protagonista, son inmigrantes y pobres. Grace se pasa la vida escurriéndose fuera del alcance de acosadores. Los hombres a su alrededor, empezando por su padre y terminando con su patrón, constituyen una larga serie de depredadores que recurren a todo tipo de artimañas, desde la promesa matrimonial falsa hasta la fuerza bruta, con el fin de satisfacer a sus propios órganos reproductivos. La misión de Grace, como en un videojuego, es esquivar a los monstruos. Y puede estar segura de que, si alguno de ellos logra su objetivo, la sociedad la culpará a ella misma por “provocarlo”.

Allá por la Norteamérica rural de hace un siglo, para colmo, no había manera de determinar la filiación de un bebe, de modo que ninguno de los monstruos estaba obligado a responsabilizarse por la paternidad. Y sin embargo, convertirse en madre era una atroz fuente de deshonra. De paso, la maternidad sin esposo también garantizaba la miseria, ya que nadie daba trabajo a una mujer “viciosa”. Así que una chica se jugaba la vida en cada polvo. El sexo funcionaba como un cuchillo y apuntaba siempre al corazón de la mujer.

Paradójicamente, eso convertía a las mujeres en las peores enemigas entre sí. El varón, ese capital escaso y precioso del que dependía tener una vida decente, era disputado por unas y otras. Las madres alejaban a sus hijos de las tentaciones inconvenientes. Las amantes apartaban del camino a las posibles competidoras. Las esposas ahuyentaban de su entorno a cualquier empleada o campesina atractiva que pudiese enloquecer las entrepiernas de sus maridos.

Comparado con ese universo, el de “Easy” no parece situarse en otro tiempo, sino en otro planeta. “Easy” es un ícono del espíritu hipster que reúne historias sobre sexo y tecnología entre jóvenes del Chicago de hoy en día. Y alivia constatar que las cosas han cambiado un poco. Un capítulo trata sobre una pareja de lesbianas. Otro lo protagoniza una prostituta feminista. Un tercero habla de una pareja que decide tener una relación abierta y acostarse, de vez en cuando, con terceras personas.

Al público más mojigato le puede parecer demasiado moderno el paisaje afectivo de “Easy”. A mí, me parece envidiable. El drama de “Alias, Grace” es cómo evitar ser violada o morir por hacerse un aborto ilegal. Comparado con eso, los dramas de Easy son bastante llevaderos, del tipo apaciblemente existencial. Incluso si no te identificas con los personajes, “Easy” enseña una sociedad que acepta la diferencia. No está prohibido tener un matrimonio tradicional y monógamo. Simplemente, existen otras alternativas.

Más allá de la pantalla, ambas series imponen una reflexión sobre nuestro mundo. En la vida real, el verdadero drama es que aún no hay suficiente gente que puede decidir libremente sobre su sexualidad, como en “Easy”. Resulta triste que, en pleno siglo XXI, muchas mujeres siguen viviendo como en “Alias, Grace”.