Shakespeare interpelado, por Alexander Huerta-Mercado
Shakespeare interpelado, por Alexander Huerta-Mercado
Alexander Huerta-Mercado

Hay personajes históricos a los que conocemos a través de recuentos que se funden con la leyenda. Hay personajes que conocemos desde la visión de los vencedores y hay personajes que admiramos porque son parte de la larga construcción de la cultura occidental a la cual pertenecemos. El caso de Julio César es interesante puesto que su propia imagen parece ser, a la larga, la de los ideales romanos. Es decir, un excelente orador, escritor, político pero, por sobre todo, un magnífico estratega. César fue también protagonista de un cambio histórico importante cuando Roma pasaba de ser república a imperio. William Shakespeare dramatiza este evento en el que los republicanos conspiran contra el poder que César está adquiriendo y que conlleva a un apuñalamiento colectivo por parte de miembros del Senado.

Una vez instalado el ritual fúnebre, uno de los conspiradores, Bruto, senador y firme partidario de la república, da un discurso que justifica el asesinato. Luego da permiso al brillante senador, militar y amigo del fallecido líder, Marco Antonio, a hablar frente a una multitud que estaba convencida de la justicia del magnicidio. En la obra “Julio César”, Shakespeare pone en labios de Marco Antonio uno de los discursos más hábiles jamás registrados, en donde se usa de manera magistral la ironía. Se dice lo contrario a lo que se piensa, se alaba a los conspiradores pero se apela a la emoción para dar el mensaje realmente deseado:

“Fue mi amigo, fiel y justo conmigo; pero Bruto dice que era ambicioso. Bruto es un hombre honorable. Trajo a Roma muchos prisioneros de guerra, cuyos rescates llenaron el tesoro público. ¿Puede verse en esto la ambición de César? Cuando el pobre lloró, César lo consoló. La ambición suele estar hecha de una aleación más dura. Pero Bruto dice que era ambicioso y Bruto es un hombre de honor”.

El discurso de defensa de Marco Antonio no solo es bellísimo sino eficaz. Logra seducir y cambiar a un público hostil y remata esta hazaña mostrando el benévolo testamento de César a favor de su pueblo que ahora marcha contra los conspiradores.

Siento que debemos regresar a Shakespeare y disfrutarlo ahora que se celebran cuatrocientos años de su muerte y que el Senado sigue con la pésima costumbre de apuñalar y difamar. Es tiempo de que encontremos en el arte una mejor descripción de los momentos que atravesamos y tengamos conciencia clara de cómo proceder.

Pienso que debemos regresar a Shakespeare porque así me lo enseñaron mis alumnos de la Facultad de Artes Escénicas. El Cisne de Avon es un ‘superstar’ para los jóvenes que se lanzan a la aventura de estudiar una carrera artística, puesto que él no solo fue escritor sino actor y productor, planificó muy bien su vida para vivir de su arte y se dio el lujo de hacerlo todo bien, como debe ser.

Y pienso que debemos volver a Shakespeare porque lo he redescubierto con las puestas en escena que se han dado en Lima en estos meses: “Hamlet” y “Noche de reyes”, dirigidas por Roberto Ángeles, y “Mucho ruido por nada”, dirigida por Chela de Ferrari. He visto que, con toda la pasión y alegre puesta en escena, el bardo vuelve a nosotros actualizado, refrescado, vigente, entretenido y apasionante.

Pienso que debemos apoyar 

“Hamlet” porque el muchacho duda frente a una situación de injusticia y usurpación del poder, y casi todos en su entorno parecen no comprenderlo o perjudicarlo, porque algo así nos pasa constantemente en nuestra propia realidad.

Pienso que cuando vemos una obra como “Noche de reyes” entendemos lo que es el carnaval como ritual, donde todo se invierte y todo se complica en beneficio de la comedia. En donde podemos ver cómo los roles de hombre y mujer pueden ser intercambiados y cómo la comedia nos permite observar que el mundo es realmente absurdo porque abrazamos reglas sin pensar en ellas y sin cuestionar las cosas. Esto queda claro en la voz del personaje Jaques en otra obra shakespeariana titulada “Como gusten”: 

“El mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres son meros actores, tienen sus salidas y sus entradas, y un hombre puede representar distintos papeles”.

Y es cierto. Porque esa es la tan temida perspectiva de género (que sospecho que han tildado de “ideología” porque es una palabra que da más miedo y que está bastante desprestigiada). Es decir, seguimos un guion social que se ha construido a lo largo de siglos y que perdura aun cuando las líneas que nos obliguen a recitar o la performance que nos obliguen a hacer sea absurda y, peor aun, injusta. Y es que somos actores con muchas posibilidades y no marionetas. Actores que no buscan imponer, pero sí ponerse en los zapatos de aquellas personas marginadas, maltratadas, abandonadas o reprimidas simplemente porque no encajan en un guion que debe cuestionarse.

Siento que debemos volver a Shakespeare ya no por Shakespeare mismo sino por lo que nos inspira. Luego del trágico incendio en Larcomar, todo el grupo encargado de la obra “Mucho ruido por nada” (porque el teatro es un trabajo colectivo en todos los niveles) aplicó carpintería, luces, ingenio y pasión para reestrenarla en el Teatro Peruano-Japonés. Así como en la época de Shakespeare, el escenario estaba prácticamente rodeado por un público que a veces interactuaba y hasta los personajes femeninos estaban interpretados por hombres que no jugaban con estereotipos.

 Al final, la misma obra cuestionaba a su autor y, en un acto sorpresivo que rompía todo esquema, se problematizaba la perspectiva de género del mismísimo Shakespeare: no estamos en la Inglaterra de hace 400 años y no tenemos por qué pensar igual que el autor. 

Diez minutos de aplausos de pie me hicieron pensar que el arte tiene autoridad para interpelarnos. Porque como hicieron los dirigidos por Chela de Ferrari, se puede interpelar al autor, que también es un hombre de su época y quien también cuestionó los valores de la misma. El arte interpela bien porque nos permite distintas interpretaciones que nos libran de la tiranía de la prepotencia, de la falsa información, del sensacionalismo y de la manipulación. 

En realidad, creo que debemos volver al arte, en sus distintas acepciones: a consumirlo, producirlo, apoyarlo, promoverlo, disfrutarlo y vivirlo. Nos hace bien.