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Historiadora
Hay algunos libros que, aunque ajenos, parecieran estar escritos para el Perú, un país que coquetea con el abismo sin atreverse a dar el salto mortal definitivo. Pienso, por ejemplo, en “El Mito del eterno retorno” de Mircea Eliade, “El Gatopardo” de Giuseppe Lampedusa o incluso ese extraordinario estudio de Jean Baudrillard titulado “Cultura y Simulacro”. Inspiración para la película The Matrix, el texto del filósofo francés desarrolla un modelo que suena muy familiar: el de una cultura que descansa en la farsa y en su yuxtaposición a la realidad, lo que hace muy difícil discernir entre el engaño y la verdad. La aniquilación de lo real por su hiperrepresentatividad, que ahora con las redes sociales, destruye o secuestra la experiencia misma, empujándonos a un universo paralelo de simulaciones y simulacros. En el cual muchos medran y, además, disfrutan.
PARA SUSCRIPTORES: El lenguaje y la chaveta, por Patricia del Río
En el mundo de la denominada posverdad, que Baudrillard lúcidamente anunció, existen cientos, sino miles, de maneras de interpretar un hecho. Este exceso de comunicación mata la realidad del hecho comunicacional porque, sin ir muy lejos, ¿quién recuerda ahora lo ocurrido en la discoteca de los Olivos o en la deflagración de Villa El Salvador? En el entramado de múltiples causas y efectos donde la realidad está expuesta a una inevitable distorsión, surgen los simulacros que confunden y, lo que es peor, causan daños irreparables. Un ejemplo concreto fue el asesinato virtual de Manuel Pardo (‘character assassination’) en una caricatura del periódico “La Mascarada”, titulada “El último día de César”. Este simulacro ocurrió meses antes del crimen real en la puerta del Senado, perpetrado por un sargento provinciano, quien decidió cruzar la línea entre la verdad y la fantasía baleando por la espalda a quien, como parte de su guardia de honor, tenía la misión de proteger.
Ante la ausencia de un mapa referencial –distorsionado por una guerra virtual que para el caso peruano se remonta a los años de la independencia– el acto comunicacional deja de ser imitación o parodia para convertirse en fantasía hambrienta de contenidos y realizaciones. En la tierra del olvido, debido a que la memoria es sistemáticamente borrada del disco duro nacional, la hiperrealidad, término acuñado por Baudrillard, es entronizada en un “hiperespacio sin atmósfera” dominado por un pensamiento binario. El que usualmente es moralista y por ello no admite la complejidad, la crítica y mucho menos el análisis histórico. Fingir, aparentar, mentir descaradamente y traicionar a diestra y siniestra, forman parte del catálogo de la política banal que nos rige y que, en vísperas del bicentenario, ha llegado a niveles insoportables.
Es por ello que no sorprende que un arlequín, contratado por el Ministerio de Cultura para dar charlas motivacionales en plena pandemia, aparezca todos los días en la televisión en modo delirio. Ni que un congresista, con graves acusaciones, llame “muerto viviente” a un mandatario que, aunque atrapado en la hiperrealidad de encuestas adictivas, relaciones peligrosas y su propio laberinto de contradicciones, no merece tamaña denigración.
La ausencia de ilusión y destino son algunas de las causas, de acuerdo a Baudrillard, para la entronización de un mundo de simuladores viviendo de simulacro en simulacro. Su recomendación para combatir ese comportamiento frenético es el rescate de la metáfora y el valor poético del pensamiento. Hablando de ello, en esta semana vergonzosa para un Perú al que solo lo salva la resistencia de su pueblo, la entrega de muchos de sus servidores públicos, su cultura milenaria y el amor que no pocos le tenemos, se nos fue Alicia Maguiña. Una grande entre las grandes que nos condujo a explorar nuestra “alma” de donde recogió la inspiración para homenajear a José María Arguedas (“Quisiera hundirme en la tierra para encontrarme contigo y cargarte a mis espaldas, huérfano niño dormido”) y con él a una cultura andina creativa y perdurable a pesar de su marginación. Esta sensibilidad profunda fue de la mano con una terca apuesta por la belleza y por la esperanza: “el taita Felipe Maywa hará morir a la muerte y al pie de los maizales vivirás eternamente”.
Adiós, querida Alicia, y que resuene en medio de nuestro dolor el dulce conjuro de tu peruanidad generosa “ya las penas se acabaron, todas te las has sufrido”. Hacemos votos porque esta pandemia termine para seguir caminando con ilusión hacia el destino que nos espera mientras prometemos escucharte por toda la eternidad.