“Guido Bellido hizo lo que quiso con un Congreso que se creyó atrapado en la falsa dicotomía entre darle la confianza o perder una ‘bala de plata’”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
“Guido Bellido hizo lo que quiso con un Congreso que se creyó atrapado en la falsa dicotomía entre darle la confianza o perder una ‘bala de plata’”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
/ Víctor Aguilar Rúa

Había una vez, en un lejano país, muchas ranitas sufriendo enormemente por el frío de un crudo agosto. De pronto, unos sapos les dijeron: “vengan con nosotros y evitaremos que se sigan congelando”. Entonces, las colocaron en un enorme recipiente de agua tibia. Las ranitas se dijeron: “y, mira tú, nosotros que desconfiábamos de esos sapos”. Pero poco a poco la temperatura fue subiendo. Cuando comenzó a ser insoportable, se animaron a mirar por el borde y vieron el tremendo fuego con el que las cocinaban.

El discurso de ante el tuvo tres objetivos: ocultar el radicalismo y las propuestas maximalistas –la más evidente de todas, la de convocar un referéndum para una asamblea constituyente–; mostrarse como los verdaderos y únicos defensores de los más pobres y humillados frente a un Congreso de insensibles y culturalmente lejanos; y, por último, llenar muchas hojas de papel con una mala copia del ya poco estructurado discurso del presidente en su inauguración.

Los consiguió con la complicidad de APP, partido de los hermanos Acuña, quienes siempre tienen los ojos puestos en aquello que más les pueda convenir para sus intereses particulares. Así como de un Acción Popular cada vez más lejano de las innegociables convicciones democráticas de Fernando Belaunde y de la serena firmeza para defender los valores republicanos de Valentín Paniagua. El voto a favor más revelador fue el de José Luna Gálvez, investigado, al igual que Bellido, por lavado de activos.

Bellido hizo lo que quiso con un Congreso que se creyó atrapado en la falsa dicotomía entre darle la confianza o perder una ‘bala de plata’. Bastaba con ausentarse en número suficiente para que la confianza se la dieran solo Perú Libre, Juntos Por el Perú y Somos Perú, pero nadie más, logrando con ello una abrumadora desconfianza política sin ponerse al filo de la disolución.

festejó la victoria con la soberbia que lo caracteriza: “[…] tengan la seguridad que el Gobierno Popular no defraudará”. Y en otro tuit le refregó en la cara a Castillo que su imposición había sido exitosa: “[…] es cuestión de hacer respetar su autonomía y tener firmeza en sus decisiones para desterrar la imposición de una agenda”. Guillermo Bermejo, que carga cada vez más evidencias de sus vínculos con Sendero Luminoso, añadió: “[…] ahora a trabajar por la patria que soñamos”.

Ha sido una nueva derrota del presidente de la República frente al buró de Perú Libre que –según el diario “La República”– gobierna en la sombra. Ellos son Cerrón, Bellido, Nájar, Bermejo y también el ministro de Energía y Minas, Iván Merino Aguirre.

Habiendo ya perdido Perú Libre a Héctor Béjar y conseguida la confianza para Guido Bellido, solo les interesa proteger al mencionado Merino, cuyo rol en el buró referido podría ponerlo en la mira de Castillo.

En cambio, les importa poco menos que un comino. Es, más bien, parte clave del proyecto político de Castillo. Bellido –que es parte del otro proyecto, pero también admirador de senderistas e investigado por terrorismo– se da el lujo de anunciar que ha pedido su renuncia. Cerrón festeja su liderazgo. Pero, horas más tarde, Bellido recula y dice que y que Maraví ha puesto su cargo a disposición. El ministro, entonces, estaría esperando que Castillo lo mantenga en el cargo, cosa que se derivaría de sus crípticas declaraciones en Junín: “Yo invito a estos señores que están tildando a los ministros de tal cosa, vamos a debatir en el corazón del Vraem”. Es un monumental error defender a un ministro irremediablemente liquidado tras haberse evidenciado ya no solo su vínculo con el Movadef, sino también su protagonismo entre 1980 y 1984.

¿Pueden salir también otros ministros cuestionados? Sí, los que no tienen padrino político y, en consecuencia, están colgados de la brocha. Por ejemplo, los de Defensa, Interior y Cultura. Parece que, en el paquete deseado por el quinteto, también podría estar Anahí Durand (como se sabe, mantuvo cercanía con el MRTA), golpeando así Cerrón ‘de carambola’ a , a la que no puede ver ni en pintura, pese a que ella se ha subordinado completamente al nuevo Gobierno.

En cambio, Pedro Francke y Aníbal Torres, explícitos críticos del radicalismo de los dos grupos en disputa, están bien posicionados y se hace difícil que Perú Libre pueda presionar por su salida. Por lo menos, por ahora.

Estamos frente a otro capítulo más del tremendo despelote gubernamental que da cuenta de que gobernar –a saber, ocuparse con diligencia y eficacia de los problemas del país– no ocupa mucho de su tiempo.

Por algo los sapos son sapos. Cada uno de ellos se cree más astuto que el otro, y empezaron a pelearse mientras disfrutaban de la ingenuidad de las ranitas. La soberbia es una pésima consejera y los sapos están de nuevo en aprietos y hasta las ranitas empiezan a darse cuenta de lo tontas que fueron.