¡Socorro! Que alguien se ocupe de los museos, por Luis Millones
¡Socorro! Que alguien se ocupe de los museos, por Luis Millones
Luis Millones

Apenas ha pasado algo más de un mes desde que regresaron a su patria la veintena de profesores del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Un año antes me había visitado de esa institución la doctora María Ruiz Gallup para que considerase la posibilidad de celebrar un congreso en colaboración con la Universidad de San Marcos. Dada la fecha sugerida, intenté ponerme de acuerdo con las autoridades de mi universidad, pero la situación caótica en que se encontraba me hizo comunicar a los mexicanos que era mejor buscar otro local para el coloquio Antepasados de América Indígena, que se pretendía organizar.

No lo pensé mucho. La licenciada Teresa Carrasco, ex alumna de mis primeros años de docencia en la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, era la directora del Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, uno de los más importantes del país, y se mostró más que dispuesta a apoyar el evento en todo lo que tuviera a su alcance.

Hay que decir que congresos, seminarios y cualquier tipo de encuentros académicos son materia corriente en México, porque asistir a ellos es una prueba de competitividad profesional, que tiene también razones pragmáticas: genera puntos que, una vez contabilizados, se convierten en ingresos para los que asisten (y más aun para los que sustentan ponencias u organizan el evento). Esto nace del respeto a la investigación. Una actividad que siendo inexistente en nuestro medio, en México es un obligado quehacer universitario, de igual mérito que la docencia, si se cumplen los requisitos a los que el investigador está obligado.

Los colegas mexicanos llegaron con un plan definido. Luego de llevar adelante el coloquio, con la participación activa de los estudiosos peruanos, habían diseñado una gira por el norte. Así lo hicieron, y se detuvieron tanto en la Huaca de la Luna, como en Lambayeque y sus museos, dándose un tiempito para escaparse a Túcume.

Hay que ser claro en reconocer que el evento en Lima tuvo éxito debido al esfuerzo de los mexicanos. Unos días antes de que empezase el coloquio, Teresa Carrasco fue destinada al Archivo General de la Nación y nos llegó un nuevo director. El desconcierto de Teresa y del recién llegado eran comprensibles, pero generó los inconvenientes previsibles en un evento con una audiencia que llenó la sala de conferencias todos los días, y que fueron resueltos con la buena voluntad del personal del museo, trabajo extra y gastos no programados de los colegas mexicanos, que cubrieron todas las carencias de la situación.

¿Cuáles fueron las causas de este inoportuno cambio dada la proximidad de la llegada del nuevo gobierno? ¿Cuál era la prisa para hacer cambios en la dirección? No pude responder a las obvias preguntas de mis colegas mexicanos.

A lo largo de los últimos meses, me llegó el insistente rumor de que se construirá un novísimo museo de arqueología en Pachacámac. ¿Cómo puede olvidarse que ya tenemos un reciente Museo de Sitio? ¿Vamos acaso a tener dos museos en Pachacámac? ¿No sería mejor que el Museo Inca del Cusco estuviera mejor pertrechado para el aluvión de turistas que van avasallando los testimonios del pasado?

¿Y qué pasará con el museo de Pueblo Libre, con espacios aún no construidos, suficientes para levantar más de un edificio que nos permita visitar las colecciones, antes de que se terminen de arruinar? ¿Cómo pedir a las escuelas de Lima que en lugar de hacer un corto viaje a Pueblo Libre, para que sus niños amen al Perú desde su origen, hagan poco menos que una expedición de un día hasta Pachacámac? 

Todos sabemos que las visitas al museo significan más que las clases de historia, que por lo demás está hoy muy disminuida en los cursos de una materia que parece no ser importante, a pesar de que países vecinos como Chile o Ecuador –por no hablar nuevamente de México–  les han dado el nivel que corresponde, con la idea muy precisa de construir un sentimiento de nacionalidad, que apenas asoma en los planes de educación escolar y que no existe en las nuevas universidades. Tampoco sus museos son espacios de abandono, con sueldos miserables y débil contacto con el exterior. Si realmente iniciamos una etapa nueva con este período de gobierno, al menos que sea con el reconocimiento de nuestras deudas con la cultura