"Ayacucho es el sangriento sacrificio para tener una república". (Ilustración: Víctor Aguilar)
"Ayacucho es el sangriento sacrificio para tener una república". (Ilustración: Víctor Aguilar)
Hugo Neira

A pueblos y naciones no los hacen las batallas, pero a veces, sí. Nadie puede negar que los 14 años de continuas guerras napoleónicas cesan cuando, en Waterloo, Bonaparte es vencido. O en la Segunda Guerra Mundial, cuando los rusos llegan a Berlín. Por mi parte, prefiero la ciencia histórica de la escuela francesa de los Annales, el aporte de Braudel, la historia económica y social, la ‘longue durée’, o larga duración. Pero en ciertos casos, las armas hacen la historia. Se nos acerca el bicentenario y debemos hacernos algunas preguntas.

Realistas y patriotas, lo sabemos, ¿pero quiénes eran los reclutados en ambos bandos? ¿Por qué el número de muertos, en cada combate, fue enorme? En Junín, el 6 de agosto de 1824, una batalla a 4.000 metros de altitud, no hubo artillería alguna, ni un tiro, fue a arma blanca. “En un terrible silencio, que era roto solo por la estridencia de las cornetas, el choque de las espadas y de las lanzas, los caballos que pifiaban, el grito de los heridos”. ¿Quién lo dice? O’Leary en sus Memorias (1952:179).

Ejércitos casi sin dinero. En 1816, un general de 38 años atraviesa los Andes y le escribe a su socio y amigo Pueyrredón pidiendo ayuda. Se llamaba San Martín. Respuesta: “no tengo un peso pero enviaré 20 mil, 400 mantas, 500 ponchos, y las mil arrobas de carne seca, todos los uniformes y los 200 sables pedidos”. Pueyrredón tenía un método. Poner “presos a los capitalistas” (“Cartas secretas a San Martín”). ¿Eran ejércitos de insurrectos? El lector dirá.

Los efectivos –como dicen hoy– ¿de dónde salían? Del lado realista, vinieron tropas de la metrópoli. Temor a un desembarco de ingleses. Y desde 1813 llegaron al continente 6.580 hombres, luego 14.041 en 1815 y entre 1810 y 1821, 27 mil hombres (J. Alonso, “Historia política del ejército español”). En el lado patriota, la cosa fue distinta. Aparte de voluntarios británicos, tuvieron que buscar combatientes en cada país, y en el Perú, ambos bandos reclutaron campesinos indígenas, bastante más por el lado realista, siento decirlo.

¿Qué armas tenían? El fusil Baker, el Brown Bess. Pero el Baker, el más usado, era un fusil de chispa y las balas se metían por el cañón del fusil. El Brown Bess, un mosquetón. En general, armas pesadas y largas, si disparaban mucho, el cañón se calentaba. Servían un instante, como se decía “antes de una carga”. Lo que decidía era la bayoneta, el sable y la lanza.

Ayacucho: 9.310 realistas, de los cuales solo “600 españoles, el resto peruanos” (Demélas, 1987:122). En el campo patriota, “5.780 (4.500 colombianos, 1.200 peruanos y 80 argentinos)”. Paradójico, más peruanos estuvieron arriba del cerro con los realistas, que abajo, con los patriotas. En fin, la capitulación ese día, una de la tarde, el jefe del estado mayor Canterac declina.

Se rinden 16 coroneles, 68 tenientes coroneles, 484 oficiales y 2.000 soldados. Pérdidas realistas en Ayacucho “1.700 realistas muertos y 751 heridos” (informe de Sucre, según O’Leary). ¿Y por qué la mortandad? El cuerpo a cuerpo. Decide esa batalla la división de caballería Miller, los dos escuadrones de Húsares de Junín, de Isodoro Suárez (lo llenaba de orgullo a Borges, su bisabuelo), Gamarra, La Mar. Y claro está, José de Sucre.

Ayacucho es el sangriento sacrificio para tener una república. Dos siglos más tarde, podemos preguntarnos si merecemos esa herencia de libertad.

Nota: Las citas provienen del libro “La vida cotidiana en los tiempos de Bolívar” de M.-D. Demélas & Y. Saint-Geours, que harían bien en traducir al castellano para el bicentenario.