Temporada de caza, por Carmen McEvoy
Temporada de caza, por Carmen McEvoy
Carmen McEvoy

El lince es un depredador natural de vista desarrollada, un pelaje que le sirve de camuflaje y unas extremidades posteriores larguísimas que lo convierten en un excelso cazador. Mediante un peculiar ritual, espera a su víctima en un lugar elevado, desde donde la observa en silencio. Reptando entre la maleza, la acorrala y, tras dominarla, le clava sus afilados colmillos en la yugular. 

Es probable que el comportamiento taimado del lince que concluye en la muerte instantánea de su presa sea fuente de inspiración para los militares. ¿Qué otro animal sintetiza mejor los rituales de la guerra sutil, en que el conocimiento del terreno, la mirada certera, el engaño y el ataque por sorpresa conducen a la muerte fulminante del rival?

La guerra y la estrategia del lince, reptando en la sombra hasta alcanzar la yugular de su víctima, marcan las elecciones en el Perú. No hay que olvidar que la “coreografía y escenografía” del proceso electoral republicano se forjó tras una década de guerra civil (1834-1844). Así, con la leguleyada, la chicha y la butifarra, la toma de mesas, el capitulerismo, el fraude y el uso de armas de fuego, surgió el concepto de “la caza del voto”. Por ello, las elecciones decimonónicas pueden ser vistas como una gran cacería en la cual un puñado de bandas militares disputaban el poder con todas las armas a su disposición. 

El estilo anterior, regido por una violencia incontrolable, complicó el orden republicano. Porque no era posible gobernar y mucho menos pactar acuerdos políticos cuando todas las reglas de convivencia social eran brutalmente trastocadas. Ejemplo de ello fue el accionar del general José Rufino Echenique, quien, en pleno proceso electoral, citó a un grupo de sus opositores en una iglesia donde fueron asesinados a sangre fría. 

Julio Guzmán, “cazado” por aquello que los liberales apodaban la “tramoya electoral”, decretó el fin de las ideologías. Ello pese a que el único antídoto contra la cultura electoral guerrera, depredadora y tramposa es la solidez de las convicciones políticas. La ideología es un compás que, además, ayuda a preservar la lealtad y la esperanza de los miembros de un partido, cualquiera sea su tendencia. 

Manuel Pardo, quien nos legó la noción del partido moderno con una visión de país, se propuso civilizar a una sociedad modelada a sangre y fuego. Pese a que un balazo por la espalda truncó su breve existencia, el legado republicano, que contribuyó a reinventar, tiene aún vigencia. “Podrán matar al hombre, pero no a las ideas” es la frase de quien entendió que solo la inteligencia podría acabar con el reinado de los cazadores furtivos.

Julio Cotler ha señalado que el Apra y el PPC representan el fin de un ciclo político. Podemos estar de acuerdo con esa afirmación o no. Lo que queda claro es que esta es la última elección del siglo XX y el posible reinicio de la transición democrática hacia el XXI. 

Al igual que en 1872, se enfrentan dos maneras de hacer política. Así, mientras en Lima la “cacería del lince” adquiere niveles nunca antes vistos, una candidata se traslada a la selva para denunciar un desastre ecológico y otro nos recuerda, desde el Cusco, la existencia de un proyecto mesocrático cuyo sustento es el trabajo honrado. Esto me da la esperanza de que el tiempo de los cazadores y recolectores va llegando a su fin.