(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Fernando de Trazegnies

Una vez más, dentro de nuestra tradición de desarrollar la Feria de Toros en el mes de noviembre, hemos dado comienzo a la correspondiente al presente año, lo que sin duda promoverá quejas de quienes desaprueban este tradicional espectáculo y promoverá entusiasmos de quienes son viejos aficionados como quien escribe este artículo. 

Para movernos más claramente por ese campo, quizá sea ante todo interesante revisar la historia taurina que da origen a la presencia de esta fiesta en los tiempos actuales. 

Como es sabido, no resulta fácil señalar cuándo se inició la fiesta taurina. Al parecer, comienza como un entretenimiento a caballo llevado a cabo por los nobles. Se dice que Francisco Pizarro alanceó toros en la Plaza de Armas de Lima.

Sin embargo, este espectáculo era muy mal visto por el rey de España Felipe V y, consecuentemente, los nobles optaron por retirarse del campo. Pero entonces, los ayudantes de esos nobles jinetes decidieron continuar con la fiesta, pero esta vez como matadores de a pie. Y es así como rápidamente la afición a la corrida –todavía bastante desordenada– se difunde; y los nobles, que habían sido anteriormente los protagonistas, se convierten en los más entusiastas espectadores. 

El siglo XVIII fue una época todavía en formación para esta nueva actividad. Se construyeron las primeras plazas de toros (entre ellas la de Acho, que fue la tercera más antigua en el mundo). Pero la corrida era algo todavía bastante desordenado. Tuvo que ser Pepe Illo –discípulo de Costillares y rival de Pedro Romero– quien, a principios del siglo XIX, escribió (dictó a un amigo, porque no sabía escribir un libro) las primeras normas que ordenan la fiesta y que permiten un toreo más serio. Y, sin duda, la construcción conceptual de lo que era una corrida de toros era fundamental para que la fiesta taurina se desarrollara en el siglo XIX. Lamentablemente, su voluntad de convertir la tauromaquia en algo muy serio y con mucha entrega llevó a Pepe Illo a ser cogido por un toro, en 1801, en la Plaza de Madrid, perforándole el estómago y muriendo de ello. 

En el Perú, las corridas de toros estuvieron siempre presentes. Sin embargo, todavía durante el siglo XIX la fiesta tenía algunas diferencias muy importantes con la de hoy. Veamos algunas de las situaciones para nosotros extrañas. Así, se colocaba en la plaza un figurón hecho de pellejos o de paja, que llevaba dentro pájaros y cohetes; cuando el toro lo despedazaba con sus cuernos, los pájaros salían volando y los cohetes reventaban asustando y enfureciendo al propio toro. Incluso para irritar al toro a fin de torearlo, se torturaba al animal en los corrales, antes de salir al ruedo, a fin de enloquecerlo de rabia.

Había también otros espectáculos taurinos que formaban parte de la corrida. Por ejemplo, se ponía una silla en la arena a veinte pasos del toril y el torero venía a sentarse ahí para esperar la salida del toro y matarlo sin dejar su asiento. (Sugiero leer el importante libro “Tauromaquia limeña en el siglo XIX. Testimonio de extranjeros”, de Héctor López Martínez). 

Estamos hoy en día en otra época. Las corridas de toros han variado mucho desde los principios del siglo XX con Joselito y Belmonte y más tarde con Manolete. La época de los Dominguín y de Bienvenida fue también notable. Y, respecto a los últimos tiempos, después de los ya citados, hay muchos toreros muy buenos; mencionaré solamente a Enrique Ponce por su extraordinaria carrera taurina de tantos años como torero. 

Todavía hay, lamentablemente, quienes no entienden esta fiesta del arte y del valor; y que atacan terriblemente las corridas de toros considerándolas una falta de respeto a los animales; y esto lo dicen –o escriben– mientras están comiendo un sabroso lomo y matando con el periódico todas las moscas que giran en derredor. Ni qué hablar de las gallinas, peces y demás productos de la naturaleza viviente que los antitaurinos consumen antes de ir a la puerta de la plaza para gritar… ¡a nombre de los animales! 

En realidad, las corridas de toros se han extendido notablemente en los últimos años. Uno de los hechos más notables es la extraordinaria afición que se ha desarrollado nada menos que en Francia, donde se celebran corridas de toros con los mejores toreros españoles y también franceses; e incluso se crían toros de lidia. 

Aun más. Las corridas de toros han pasado incluso a ser estudiadas por los filósofos de las universidades francesas, considerándolas interesantes y positivas. Basta con mencionar al filósofo de la Sorbona Francis Wolff, quien ha publicado en Francia (hay traducción española) un importante libro titulado “Filosofía de las corridas de toros”, en el que califica las corridas como “una gran obra humana”. Y quiero terminar este rápido análisis con la afirmación del profesor Wolff, cuando dice que “la corrida de toros no es ni inconveniente ni fútil, sino, si acaso, edificante y grave más bien. Infunde a quienes la aman y la comprenden, emociones y alegrías tan profundas y refinadas como las artes más estéticamente correctas”.