"Sea cual fuere la razón, hay una realidad innegable: el pueblo se hartó y los quiere fuera. El presidente ha recogido ese sentimiento y lo ha plasmado en una propuesta de adelanto de elecciones". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Sea cual fuere la razón, hay una realidad innegable: el pueblo se hartó y los quiere fuera. El presidente ha recogido ese sentimiento y lo ha plasmado en una propuesta de adelanto de elecciones". (Ilustración: Giovanni Tazza)
José Ugaz

“…se miraron como dos desconocidos, al final números rojos en la cuenta del olvido, hubo tanto ruido que al final llegó el final, mucho mucho ruido, tanto tanto ruido, y al final por fin el fin…ruido de tijeras, ruido de amenazas, ruido de abogados, ruido envenenado, demasiado ruido, ruido empedernido, contagioso ruido, ruido mentiroso, ruido entrometido, ruido escandaloso, ruido de arañazos, ruido enloquecido, ruido incomprendido, ruido de conjuros, ruido yo no he sido, desgastado ruido, puro y duro ruido…”.
“Ruido”, Joaquín Sabina.

El amor no es cosa fácil. Por eso se ha escrito tanto sobre él. Ya lo dijo Erich Fromm en su magnífica obra “El arte de amar”. El amor no es solo un sentimiento que, como tal, puede desaparecer; es una decisión que implica trabajar por algo. Exige responsabilidad y respeto, que es lo contrario a querer dominar y explotar al otro. Por supuesto, en una relación tan intensa, el conflicto no puede estar ausente y no hay que tenerle miedo. Por el contrario, como sostiene Fromm, el conflicto bien llevado aclara, produce catarsis, fortalece y ayuda al conocimiento del otro.

Por eso es tan complicado construir un proyecto de pareja sostenible en el tiempo. Se juntan dos individuos y cada uno trae su propia mochila, cargada con ritos familiares, rutinas recorridas por décadas, visiones propias de las cosas, defectos, fijaciones, caracteres singulares. Las mochilas se aligeran en la etapa del enamoramiento, a lo que contribuye el deseo, pero la ley de la gravedad también se da en el amor. El desgaste de lo cotidiano hace su trabajo. Todo se complica si una de las partes, o ambas, dejan de apostar por el proyecto conjunto. Peor aun, si uno tiene agenda propia y oculta, si lo que quiere es imponer sus intereses, someter al otro. En esos casos, irrumpe el ruido y se produce la ruptura, se patea el tablero.

Algo parecido ocurre en la política. Se supone que gobierno y oposición, más allá de sus diferencias, actúan para construir un proyecto conjunto, el proyecto país (que, por cierto, requiere mucho amor). Para eso deben actuar con responsabilidad y respeto mutuo, trabajar por un interés superior, sin afán de querer dominar o explotar al otro.

Si algo estamos experimentando en estos días, con mayor intensidad de la común, es el ruido, ruido de arañazos, empedernido, enloquecido, envenenado, como dice la canción.

Es verdad que el presidente ha planteado una salida extrema. Ya sea que se cansó y no tiene la capacidad para lidiar con el conflicto permanente, como dicen sus detractores, ya sea porque, como sostiene él, es imposible avanzar con una oposición maledicente, agresiva, obstruccionista, que solo piensa en sus mezquinos intereses y le importa un bledo el .

Sea cual fuere la razón, hay una realidad innegable: el pueblo se hartó y los quiere fuera. El presidente ha recogido ese sentimiento y lo ha plasmado en una propuesta de adelanto de elecciones, descolocando una vez más a la mayoría opositora. Bastaba verles la cara el día del discurso.

Después del ‘shock’ inicial, algunos nos hemos empezado a preguntar si la suerte está echada (o se produce el adelanto de elecciones, a trompicones, por lo corto de los plazos, o se agudiza la pelea surgiendo escenarios tóxicos: intento de vacancia, cuestión de confianza, renuncias forzadas, etc.), o si existe todavía un espacio para el diálogo que permita reconducir el conflicto hacia una salida positiva.

Cuando una pareja entra en crisis y la quiere resolver, se somete a una terapia de pareja. Busca un facilitador, alguien que, con una mirada externa, objetiva, no apasionada y con experticia, los ayude a calmarse, analizar la situación, entender la naturaleza del conflicto, descubrir qué lo gatilló, y sobre todo, si es posible encontrar una salida. No siempre la hay. A veces se acabó la voluntad, o una de las partes se cierra en su posición y no cede, o, más grave aun, padece de una sociopatía que le nubla la razón y le impide el entendimiento.

Gobierno y oposición deberían intentarlo por el bien del país. Buscar un facilitador en el contexto del Acuerdo Nacional, al que se pueden sumar personalidades de consenso como Max Hernández, Carmen McEvoy, Luis Bedoya, Matilde Kaplansky, Augusto Townsend, Pepi Patrón, Rafael Roncagliolo, Eduardo Dargent, entre otros. No sería mala idea promover un minipacto de La Moncloa con algunos pocos puntos básicos, como crecimiento económico, conflicto social, corrupción, reducción de la pobreza extrema y seguridad ciudadana.

Sería una gran demostración de la clase política a una ciudadanía que ha dejado de creer en ella, de que es posible convertir el ruido escandaloso en propuestas concretas por el bien común. El Perú, rumbo al bicentenario, se lo merece.