(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).

“Estamos viviendo una guerra sucia. En nombre de la democracia se viola a las mujeres, se detiene a dirigentes populares, se arrasan poblados enteros. Uno de los bandos que dice luchar por el pueblo también asesina a dirigentes populares e impone sus ideas por la fuerza, adoptando una posición autoritaria, vertical y de terror”.

El párrafo anterior es una frase pronunciada por una de las heroínas de la lucha contra el , María Elena Moyano Delgado, que se encuentra en una obra sobre ella, escrita y compilada por Diana Miloslavich Túpac y publicada en 1993 por la editorial Flora Tristán.

Lo que dice María Elena Moyano expresa cómo fue el Perú durante todos esos años en los que Sendero Luminoso, encabezado por , desató el terrorismo en nuestra patria con el único fin de conquistar el poder e implementar un Estado totalitario. Desde luego, como todo Estado totalitario, uno de los fundamentos era el terror, porque la violencia, en todas sus expresiones, le es consustancial. Esto a diferencia de lo que ocurre en una democracia en que se utiliza la violencia como último recurso.

La diferencia entre una y otra forma de violencia es que el terrorismo la aplica de manera destructiva y, en cambio, en una democracia, su uso es reactivo y por legítima defensa. Aunque es cierto, como dice Moyano, que muchas veces las fuerzas del orden se extralimitan en el uso de la fuerza y rebasan los límites que les impone la ley. Entonces ya no usan la fuerza para la defensa del Estado de derecho, sino también con psicología destructiva y vengativa. Así empieza la guerra sucia, no solo en el Perú, sino en cualquier sociedad.

Abimael Guzmán está condenado por el mismo delito por el que se ha condenado a Alberto Fujimori. Los dos son “autores mediatos” de ambas violencias. La del Estado sin control y la del terrorismo asesino y destructor.

También muchos se preguntan por qué los terroristas no se arrepienten de sus crímenes. La respuesta es porque creen en lo que hacen. Están convencidos de que el líder siempre tiene la razón.
Igualmente, consideran que su ideología, su concepción del mundo y de la vida, es la única y verdadera. Son incapaces de reconocer al otro, porque el otro es el enemigo al que se debe destruir por ser el causante de todo lo malo que sucede en el Perú. O también, porque creen que “justo es lo que es bueno para su movimiento”.

La creencia es el fundamento del poder. A lo largo de la historia, las personas han creído en el poder divino de los reyes, que existen brujas, razas superiores, entre otros ejemplos posibles. La creencia es el fundamento de las religiones. Miles de cristianos fueron asesinados por sus creencias, y hoy los terroristas musulmanes se inmolan en nombre de Ala y matan por él. Esta lógica lleva hasta el paroxismo de convencerse de que es justo matar al prójimo para que se imponga la creencia. Como sucedió con la Santa Inquisición y ahora sucede con el terrorismo, no importa que la razón sea política o religiosa.

Por eso, cuando Antonio Ketín Vidal, por aquel entonces jefe de la Dirección Nacional Contra el Terrorismo (Dincote) ingresa a la habitación de Abimael Guzmán y le dice que está detenido, el terrorista se lleva los dos dedos a la cabeza y le responde “lo que está acá no muere”. Guzmán se refería a la creencia, que no ha muerto en muchos condenados por terrorismo, y si se dieran “nuevas condiciones objetivas”, como dicen ellos, podrían recurrir de nuevo al terror.

Ahora que el Congreso ha condecorado y reconocido como héroes de la democracia a los que capturaron a Guzmán cuando no había democracia sino dictadura (algo que pudo evitarse pero no se hizo porque existió un proyecto en las más altas esferas del gobierno fujimorista de establecer una dictadura), resulta mezquino que no se le haya otorgado dicho reconocimiento al jefe de todos ellos, el general Vidal. Esta decisión debe ser revertida para que se haga justicia.
Precisamente, un editorial de “La República” se refiere al caso y deja entender que los fujimoristas que controlan el Congreso le han negado dicho reconocimiento porque capturó a Vladimiro Montesinos y fue ministro en el gobierno de Valentín Paniagua.

Y ya que hablamos de “La República”, me parece otra bajeza lo que se ha hecho con la memoria de Gustavo Mohme Llona al retirar su nombre de una sala en el Congreso. Mohme se sublevó contra la dictadura fujimorista, puso su periódico al servicio de los valores y principios de la democracia cuando eran pisoteados y tuvo un ejemplar desempeño cuando fue congresista.

Para que la mezquindad y la ‘mala leche’ no reinen en la política peruana, Antonio Ketín Vidal y Gustavo Mohme Llona deben ser reivindicados por el actual gobierno en acto público.