La tradición del odio, por Alfredo Bullard
La tradición del odio, por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard

Hace unos meses, en una audiencia judicial, el juez norteamericano Richard Posner interrogaba al procurador del Estado de Wisconsin. El caso: la inconstitucionalidad de una ley que prohibía el matrimonio homosexual. Me tomo la licencia de resumir parte del diálogo entre el juez y el señor Samuelson, abogado defensor del Estado.

“¿Cuál es la razón porque su estado se opone al matrimonio entre personas del mismo sexo?”, preguntó Posner. “Fue aprobado democráticamente por la legislatura”, contestó Samuelson. Posner replicó: “Con ese argumento nunca se podría declarar inconstitucional una ley. Espero que tenga otro”.

“La tradición… ese es un argumento importante”. Posner lo miró incrédulo y contestó: “Ese fue el argumento que se usó para defender la prohibición del matrimonio interracial: estaba prohibido desde la colonia, por más de doscientos años. Era una tradición, ¿está usted usando el mismo argumento?”.

La voz del abogado comenzó a temblar. “Es una tradición diferente”, dijo, y entonces Posner insistió: “¡Por supuesto que es una tradición diferente! Pero la tradición per se no es fundamento para seguir haciendo algo. Hemos hecho la misma estupidez por cien o por mil años. Entonces hay que continuar haciéndola porque es tradición. ¿Eso es lo que está sosteniendo? ¿No tiene algún argumento empírico, o práctico o de sentido común distinto a la mera tradición?”.

“Es que la tradición se basa en la experiencia”, trató de contraargumentar el abogado. El juez volvió a la carga: “¡Tradición! ¡Tradición! Usted sigue con lo mismo. Cientos de años de tradición que no queremos cambiar porque no sabemos qué es lo que va a pasar. Había una tradición de no permitir a blancos casarse con  negros y esa tradición se dejó de lado. ¿Por qué esta tradición de no permitir matrimonios homosexuales es mejor que la tradición racista? ¿Por qué no deberían correr la misma suerte?”

El procurador solo atinó a repetir su argumento: “La tradición se basa en la experiencia”. Posner le contestó: “Esa tradición no está basada en la experiencia. Está basada en el  odio. ¿O es que no cree que se basa en un historial de salvaje discriminación contra los homosexuales?”.

El nazismo en la Alemania de Hitler criminalizó los matrimonios interraciales y tal práctica fue eliminada al final de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, se mantuvo sorprendentemente en países democráticos como Estados Unidos, donde diversos estados mantuvieron la prohibición de matrimonios interraciales hasta 1967, cuando en el caso Loving vs. Virginia, la Corte Suprema declaró inconstitucional la prohibición. En Sudáfrica se derogó recién en 1985 y todavía se mantienen prohibiciones limitadas de este tipo en algunos países árabes.

¿Cree que hoy alguien defendería públicamente (porque no dudo de que algunos lo harían privadamente) la prohibición del matrimonio interracial? La historia ya ha juzgado a quienes defendieron tremenda estupidez. Hoy los vemos como primitivos, inhumanos e insensibles. Nos parece inimaginable que algo así haya existido.

Como bien señaló Posner, no hay diferencia entre el prejuicio que lleva a prohibir el matrimonio interracial y el que lleva a prohibir el matrimonio entre personas del mismo sexo. Dos personas adultas quieren casarse. La ley se los prohíbe. La base de la prohibición, dígase lo que se diga, es el odio. Es el no aceptar las diferencias y asumir que las mayorías tienen el derecho de decidir sobre los derechos individuales de las minorías simplemente porque esas minorías no les gustan.

Pero así son los juicios históricos. El tiempo derrota a la estupidez humana. El matrimonio entre homosexuales llegará más temprano que tarde. Y quienes defendieron su prohibición serán recordados de la misma manera como recordamos a quienes defendieron leyes racistas que privaron a los seres humanos de su dignidad solo para perpetuar tradiciones basadas en el odio y la intolerancia.