“Pensar en cómo estas alteraciones a nuestro espacio y a nuestra cotidianidad nos impactan es particularmente importante considerando que las olas de calor están en aumento”. (Foto: EFE).
“Pensar en cómo estas alteraciones a nuestro espacio y a nuestra cotidianidad nos impactan es particularmente importante considerando que las olas de calor están en aumento”. (Foto: EFE).
Daniela Meneses

“Esto es insoportable”. La semana pasada, durante la europea, bastaba con ver la cara de las personas en el metro de Londres para saber que eso estaban pensando. Lo mismo quienes caminaban al trabajo. Quienes hacían turismo, las compras o iban a la escuela. “Esto es insoportable”.

Mientras que en países como Bélgica, Alemania, Holanda e Inglaterra las altas temperaturas batían récords, diversos medios ponían los reflectores en el riesgo que estas traen para los ciudadanos. “The Economist”, por ejemplo, decía que “en días recientes, las olas de calor han convertido sectores de América y Europa en calderas. A pesar de los titulares que acompañaron esto, las implicancias de un calor tan extremo serían muchas veces dejadas de lado o subestimadas. Las imágenes espectaculares de huracanes o inundaciones generan más atención, pero las olas de calor pueden causar más muertes”. Una frase que parecía hacer eco de lo dicho el año pasado por el ministro de Salud Pública del Reino Unido: “Las alertas de calor tienden a ser vistas como alertas de parrilladas, no como un riesgo”.

Precisamente por el peligro para la salud que significan las olas de calor –especialmente para los ancianos, niños y quienes viven solos o no tienen hogar–, estas semanas hemos recibido mucha información sobre cómo manejar mejor las altas temperaturas. Y aquí no me refiero a las responsabilidades de los gobiernos, sino a las de los ciudadanos. Instituciones como la nos dicen que durante una ola de calor debemos preocuparnos por los vecinos que viven solos o por los ancianos. Debemos quedarnos en casa durante la parte más caliente del día o, si es que nuestros hogares son demasiado calientes, buscar lugares públicos con aire acondicionado para pasar un par de horas. También, considerar colgar toallas mojadas en nuestras casas para hacerlas más soportables.

Vistos uno a uno, los cambios pueden sonar menores. Después de todo, las sugerencias parecen razonables y todos estamos acostumbrados a adecuarnos a distintas temperaturas. Pero al considerar estos puntos como meros ítems de un ‘check-list’ algo se pierde de vista: lo que se está requiriendo de nosotros en las olas de calor es, en realidad, una forma distinta de vivir en los espacios, de convivir con nuestros vecinos y de movilizarnos.

Lo anterior está estrechamente relacionado con los cambios que necesitan las ciudades, en las que las altas temperaturas son particularmente difíciles de sobrellevar, pues el pavimento y las superficies retienen el calor (en lo que se conoce también como el ‘efecto de la isla de calor urbana’). Como menciona, por ejemplo, un reporte del Environmental Audit Committee (2018) del Parlamento inglés, para manejar las temperaturas es necesaria la creación de más y también que los edificios sean construidos de forma que no se sobrecalienten. Entre las intervenciones sugeridas por varios expertos está la de pintar los techos con materiales reflectivos, crear corredores de ventilación o poner a disposición del público espacios donde puedan refrescarse.

Pensar en cómo estas alteraciones a nuestro espacio y a nuestra cotidianidad nos impactan es particularmente importante considerando que las olas de calor están en aumento. Un artículo del “New York Times” nos recordaba hace poco que desde 1960 el número promedio de las olas de calor en 50 ciudades de Estados Unidos se ha triplicado y aseguraba que el calor extremo “es una amenaza que crece conforme continúa el ”. Por su parte, “The Economist” señala que, si pensamos que este clima extremo “es más común ahora de lo que era antes”, estamos en lo correcto.