Economía Perú
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Pablo de la Flor

El país está atascado en la trampa del crecimiento mediocre, situación de la que difícilmente podremos escapar si no logramos forjar un conjunto mínimo de acuerdos para reformar y fortalecer nuestra precaria institucionalidad pública. La ralentización de los últimos años y la reducción de nuestra tasa de crecimiento potencial (4,5%-5,5%), son la expresión antelada de lo que nos espera de persistir en ese derrotero.

Liliana Rojas apuntaba a ello en la última CADE al recalcar que, a los ritmos actuales de crecimiento, alcanzaremos la convergencia con los países de ingresos altos en 60-70 años. Si en cambio aceleramos el paso y aseguramos tasas de expansión de 7%, en 26 años habremos cerrado la brecha. Esta transición exige una agenda de transformaciones institucionales que faciliten las ganancias de productividad, sin las cuales no podremos asegurar el crecimiento que necesitamos.

Pocas naciones –Israel, España y Corea del Sur entre ellas– han escapado de la trampa que hoy nos atenaza. Y es que debido a sus condicionamientos políticos, la modernización y transformación institucional entraña procesos de especial complejidad. Mientras que la primera ola de reformas (apertura comercial, disciplina fiscal, liberalización financiera) podía ser impulsada por pequeños grupos tecnocráticos actuando aisladamente, las transformaciones pendientes demandan la concertación y movilización de coaliciones amplias y transversales.

La reforma educativa es quizá el mejor ejemplo de esa compleja dinámica. Las investigaciones de Eric Hanushek y otros académicos demuestran que existe una relación causal entre capacidades cognitivas y crecimiento económico, y que por tanto resulta insuficiente universalizar la escolaridad si el acceso más amplio no está aparejado de mejoras en los aprendizajes. En ese sentido, la evidencia empírica demuestra que la pobre calidad de nuestra educación es un obstáculo mayúsculo para el crecimiento de largo plazo.

Remontar esa situación exige articular una alianza amplia de grupos influyentes y padres de familia capaces de superar los típicos problemas que plantea la acción colectiva entre sectores diversos y dispersos. Energizar y movilizar a estos grupos en favor de las reformas demanda importantes recursos organizativos y un liderazgo que debe ser desplegado desde el propio Estado. De lo contrario, será imposible sobreponernos a la oposición de los sindicatos de maestros –menos numerosos y más organizados– contrarios a las evaluaciones de calidad, algo evidenciado en las huelgas magisteriales de este año y que seguramente veremos reeditadas con más vehemencia en el futuro cercano.

La asimetría informativa plantea otro escollo significativo. En nuestro país, los padres de familia no manejan la misma data que los propios funcionarios tienen acerca del desempeño comparativo de las escuelas en las pruebas de evaluación. Sin el acceso público e irrestricto a esa información, difícilmente será posible fomentar la rendición de cuentas necesaria para la transformación educativa.

Aunque resulte paradójico, otro obstáculo institucional guarda relación con la transformación social de los últimos años. Como sabemos, buena parte de las familias que salieron de la pobreza y se sumaron a la clase media han retirado a sus hijos de las escuelas públicas para matricularlos en privadas (la mitad de los escolares en Lima). Los incentivos para que estos grupos se movilicen en favor de la transformación de un sistema que ya abandonaron y que perciben como ajeno son débiles.

Las soluciones a este conjunto de problemas no admiten fórmulas empaquetadas. En ese sentido, las reformas institucionales resultan menos tecnocráticas que políticas, y exigen la articulación de coaliciones amplias, cuidadosamente estructuradas a fin de facilitar la acción conjunta, coordinada y eficaz.

Tenemos en nuestro haber algunos ejemplos de transformaciones exitosas, aunque acotadas, que pueden servir de referentes, como el cierre de la cédula viva y la negociación del tratado de libre comercio con Estados Unidos. En ambos casos, el éxito estuvo directamente vinculado a la conformación de alianzas entre grupos de interés diversos.

Lamentablemente, el contexto de fragmentación y enfrentamiento político que vivimos resulta poco propicio para el diálogo y la construcción de los consensos que la transformación institucional requiere. De mantenernos en la ruta actual, corremos el riesgo de desperdiciar un quinquenio más a la deriva.