La triste nueva normalidad, por Roberto Abusada Salah
La triste nueva normalidad, por Roberto Abusada Salah
Roberto Abusada Salah

El 15 de marzo del 2014 el reveló la mala noticia: la economía en enero de ese año había crecido solo 4,23%. La cifra era sin duda desalentadora y se hallaba por debajo de la esperada, tanto por el gobierno como por la mayoría de los analistas. Era la tasa de crecimiento más baja registrada por la economía en los diez meses anteriores.

Todos estos lamentos contrastarán con la euforia con la que el próximo lunes 15 el gobierno nos anuncie que la cifra del crecimiento de abril fue un “extraordinario” 4%. Se nos dirá que es el mayor crecimiento de los últimos 12 meses, que la economía empieza a recuperarse pasado un primer trimestre con 1,7% de crecimiento y que este año creceremos 3,5%.

¿Es acaso ese 3,5% el signo de la nueva normalidad a la que tendremos que acostumbrarnos? ¿Acaso el ministro de Economía nos está diciendo con pasmosa sangre fría que ya no es posible duplicar el tamaño de la economía en diez años (como cuando crecíamos alrededor del 7%), sino que ahora son veinte años con todo el sufrimiento que eso implica? 

Se dan todo tipo de explicaciones para esta postergación de diez años más a un pueblo sin empleo adecuado ni servicios básicos, sin educación ni salud apropiada, sin seguridad ciudadana, sin carreteras y caminos. ¡Por supuesto que los ciudadanos del Perú, sobre todo los más pobres, ya estaban al tanto del “fin del superciclo de los commodities”, del “final del QE de la FED” y del “tránsito desde el extractivismo hacia la diversificación productiva”, y comprenden con claridad el porqué del fenómeno de la disminución del PBI potencial!

No cabe duda de que el Perú enfrenta hoy una situación internacional menos propicia que la de hace cuatro años, pero no hay razón alguna para que con todas sus fortalezas macroeconómicas el país no esté creciendo a tasas de al menos 5%. 

Nos hemos dado el lujo de dejar que prospere la narrativa de la izquierda conservadora con disfraz ecologista, que sugiere que nos abstengamos de explorar y explotar los recursos del que es uno de los más importantes territorios mineros del mundo, que Cajamarca debe abandonar la minería y convertirse en un bucólico polo turístico similar a los existentes en Suiza. Que gracias a que no se construyó el proyecto aurífero de Tambogrande se evitó la desaparición del limón piurano, que desalinizar agua para el proyecto de contaminará el mar y terminará con la pesca artesanal, que gracias a que se frenó el proyecto se salvaron las cabeceras de cuenca de la provincia de Celendín y protegió el agua de la laguna El Perol, tan útil para el consumo humano y el agropecuario. ¡Todo falso! Para colmo, elegimos a un presidente que hizo campaña suscribiendo todas la falacias y mentiras del movimiento antiminero y que nunca deslindó realmente de ellas. El mismo día en que cuatro de sus ministros buscaban abrir el diálogo en Tía María mostraba desprecio por la actividad minera (discurso del 14 de mayo en San Andrés, Pisco, el cual puede apreciarse en YouTube: goo.gl/1UgGVd).

La izquierda conservadora la ha tenido fácil frente a un Estado ausente, ignorante y culpable. La minería en el Perú del siglo XX fue bastante desaprensiva en el cuidado del medio ambiente. El recuerdo de los humos de la Southern, la contaminación extrema de La Oroya y los pasivos ambientales son hechos aún presentes en la memoria colectiva popular. No olvidemos tampoco que el principal contaminador en el siglo pasado fue el propio Estado.

La gran empresa minera ha pecado también al demonizar a la minería artesanal de socavón que ocupa a más de 200 mil peruanos a los que mira con desdén. Imagino que tal desaprensión en un país eminentemente minero sumada a los trámites absurdos para la formalización que impone el Estado al minero artesanal ha convertido a estas dos actividades en enemigas una de la otra. Esos 200 mil peruanos dirán: si no quieren pequeña minería, ¿por qué habríamos de defender a la grande?

Todo un desastre nacional, cuando la sola consecución de una parte de los US$60 mil millones de inversión minera identificada en el 2010 y que estarían hoy en fase constructiva o de exportación nos habría liberado del anémico crecimiento de la actual triste normalidad.